2.- Una ecología cristológica
2.1- Definición de Ecología
El primero en usar este término fue Ernst Haeckel en 1866 definiéndola como la ciencia global que estudia las relaciones del organismo con el mundo externo circundante en el que se incluyen todas las condiciones de la existencia[1]. Lo que caracteriza a la ecología y lo que la diferencia de la bioética u otras disciplinas científicas, es que ella estudia la inter-relación mutua de los seres vivos y no vivos, que es en definitiva lo que forma el medio ambiente. De aquí que podamos definir a la ecología como: “el estudio de las relaciones, interconexiones, interdependencias e intercambio de todo con todos en todos los puntos y en todos los momentos”[2].
La ecología se define sobre la base de sus relaciones y no basándose en un saber específico como objeto de conocimiento. La singularidad de la ecología reside en su transversalidad. Esto es, en su “relacionarse-hacia”; todo lo cual nos lleva a una solidaridad cósmica que nos une a todos con todo en todo tiempo y lugar[3]. También se le define como la ciencia de la supervivencia o como la economía (de la misma raíz etimológica: oukos) de la naturaleza. Se ha dicho de ella que es la sinfonía de la vida[4].
2.2.- De una cosmogénesis a una cristogénesis
Basándose en textos paulinos (1Cor.8,6; Col.1,17...), Leonardo Boff hablará de Cristo como causa formal y causa final de toda la creación. En efecto, todo tiene en Cristo su origen y todo culminará en Cristo, ya que todo será recapitulado en Cristo. Él es el medio divino en el cual todo lo que existe subsiste y persiste[5]. Aquí juega un papel capital la resurrección de Jesucristo; será ella la que marque el hilo conductor de tan ricas y variadas cristologías. Gracias a la resurrección la vida terrena de Jesús fue transfigurada e introducida en el mundo del ser de Dios. A Jesús se le transporta al término de la historia. En Cristo se da la escatologización de su destino. Él inaugura un nuevo eón; una nueva realidad: la aparición de una nueva humanidad[6].
Con estas afirmaciones, Boff no pretende otra cosa que explicar el misterio de Cristo a través del prisma cosmológico. Nada está plenamente acabado; cuanto existe en la historia se encuentra abierto a nuevas adquisiciones. De este modo la cosmología se transforma en cristogénesis. En virtud de esta realidad cosmológica, descubrimos una simultaneidad de la humanidad y de la divinidad en el mismo y único Jesús. A Jesucristo se le presenta como un universo en miniatura. Es decir, una versión de la misma estructura del universo en pequeño[7]. De esta manera resulta que el título de Cristo que se le da a Jesús es eminentemente cósmico. Ya Teilhard de Chardin hablaba del elemento crístico que existe en la naturaleza. Dicho elemento crístico participa en la evolución al punto de brotar en las conciencias de las personas.
2.3.- De una cristogénesis al Cristo de la fe
La encarnación del Verbo será el punto de partida para que ese elemento crístico del cual se viene hablando se haga realidad. Es decir, el Hijo que siempre estuvo “encarnado” en la realidad misma del universo se hace presente en la historia del mundo de un modo concreto. El Hijo “aflora” en la encarnación, pero ya estaba presente de algún modo. La encarnación se dio en la plenitud de los tiempos. Es decir, según fueron convergiendo los factores evolutivos del universo. La encarnación viene a ser el paso de lo crístico a lo cristológico:
“La fe ve el punto omega de la evolución al Cristo de la fe, que es creído y anunciado como cabeza del cosmos y de la Iglesia (...) Si lo que la fe proclama no es mera ideología ni pura fantasía inconsistente, entonces eso debe de alguna forma manifestarse en el proceso evolutivo del universo”[8].
El Jesús histórico está ligado a la historia del universo a través de los principios cosmogénicos del universo mismo. En efecto, todos los elementos del cosmos (universo), se formaron hace millones de años y están aún vigentes en los cuerpos que conocemos. Toda criatura (incluyendo la persona humana) contiene material reciclado originados desde el principio del universo. De esta manera se afirma que el cuerpo de Jesús posee el mismo origen cósmico que el resto de las criaturas:
“Él compartió el surgir de la vida y la formación de la conciencia. Como cualquier ser humano es hijo del universo y de la tierra. Es miembro de la familia humana. Y el ser humano es aquel ser mediante el cual el cosmos mismo llega a su autoconciencia y al descubrimiento de lo Sagrado, el lugar biológico de la irrupción de la divinidad dentro de la materia”[9]
Boff se basa en la definición dogmática del concilio de Calcedonia (450) que habla de Jesús como consustancial al hombre en el cuerpo y en el alma para decir que, por ende, él es también producto de la gran explosión e inflación iniciales; que sus raíces se encuentran en la Vía Láctea. No es difícil deducir, bajo este contexto la relación entre el Cristo cósmico o una cristogénesis y el Cristo de la fe. Esta será la base para decir luego que la encarnación es la elevación de todo el universo en la dirección de la persona divina[10]. Todo hace pensar que la encarnación es un proceso aún no acabado o por lo menos aún no cerrado. El universo entero está llamado a ser “verbificado”: “El Verbo sigue emergiendo de la materia del mundo y de la masa humana hasta verbificar el universo entero e introducirlo en el reino de la Trinidad”[11].
2.3.- Eco-espiritualidad
Cuando Boff habla del sentido y significado de la palabra “religión” hace referencia a la palabra “religación”. En efecto, la religión será aquella tendencia humana de religar todas las cosas. Es decir, buscar el hilo conductor que une a todos los seres del universo. Al hablar de una eco-espiritualidad se quiere crear una nueva alianza entre el Creador y las criaturas. Todo esto ha de ser fruto sólo y especialmente del encuentro con la realidad circundante. Con la “eco-espiritualidad” se pretende crear conciencia de una nueva relación con la naturaleza que exige un mejor trato de parte del ser humano. Así como otras espiritulidades han tenido al hombre como centro, ahora se pretende resituar a la creación entera con nuevas actitudes de comportamientos.
Todo esto implica cierta violencia, e incluso una revolución en la mentalidad moderna. La espiritualidad así planteada no será el fruto de un bagaje doctrinal cuanto la consecuencia de una experiencia global de religación (religión) de todas las búsquedas y encuentros[12]. Aquí el concepto de espíritu vendría planteado como: “aquella capacidad de las energías primordiales y de la misma materia de interactuar entre sí , auto-organizarse, constituirse en sistemas abiertos, comunicarse y formar la trama complejísima de inter-retro-relaciones que sustenta a todo el universo”[13].
Por todo esto el espíritu implica trascendencia, comunicación, vida y creación. De aquí que se diga que Dios es espíritu (Jn.4,24) y el espíritu es vida (Rm.8,10). La espiritualidad viene a ser por ende, toda orientación que encuentre su punto central en la realidad-vida y no en la voluntad de poder y menos aún, en la acumulación ni en el placer.[14] Expresión de esta espiritualidad será la “dignificación” de todo tipo de vida, pero en especial la más primitiva y la más amenazada.
Partiendo de este principio del espíritu como sinónimo de vida se deduce que lo opuesto al espíritu no es la materia, sino la muerte y todo cuanto ella implica. La eco-espiritualidad tendría como fundamento todo cuanto potencie la vida y rechace la muerte. Esto es: opresión, injusticia, destrucción de todo tipo de vida, incomunicación... y todo obstáculo que evite la verdadera relación del hombre con Dios y con la naturaleza. La base de esta nueva espiritualidad será la relación del hombre con el resto de la creación en Cristo.
La eco-espiritualidad deberá seguir el camino inverso que hasta ahora han seguido las espiritualidades modernas, las que han convertido al hombre en el centro del cosmos; la que lo han hecho representante absoluto del que es el Absoluto por antonomasia. La nueva eco-espiritualidad deberá hacer tomar conciencia al hombre de hoy que forma parte de un todo y que no está por encima de ningún ser viviente, sino que camina junto con ellos; que no está sobre la tierra, sino en la tierra. Será su misión recordarle continuamente al hombre que está formando una comunidad planetaria[15].
La eco-espiritualidad deberá seguir el camino inverso que hasta ahora han seguido las espiritualidades modernas, las que han convertido al hombre en el centro del cosmos; la que lo han hecho representante absoluto del que es el Absoluto por antonomasia. La nueva eco-espiritualidad deberá hacer tomar conciencia al hombre de hoy que forma parte de un todo y que no está por encima de ningún ser viviente, sino que camina junto con ellos; que no está sobre la tierra, sino en la tierra. Será su misión recordarle continuamente al hombre que está formando una comunidad planetaria[15].
La visión de esta nueva espiritualidad será la globalización donde se eliminen todo tipo de fronteras, aquellas que sólo existen en la mente y en el corazón del hombre que vive bajo esquemas estrechos y reduccionistas. Aquel que está estigmatizado por el egoísmo y el espíritu de dominio. Cabría preguntarse sobre el papel del hombre en esta espiritualidad, a esta cuestión Boff responde que el hombre ya no es el centro, sino más bien el sacerdote que celebra y da gracias por la grandeza y majestuosidad que encuentra en la creación. Ya todo será motivo de adoración al Creador. Dios será adorado en espíritu y en verdad (Jn.4,23-24)[16]. Concluyendo podríamos presentar como un paradigma de esta nueva eco-espiritualidad la persona de Francisco de Así. Él supo hermanarse con las criaturas; las amaba y las respetaba. Él resume en su vida todo cuanto se ha querido exponer en este apartado.
Hay que decir que una crítica al pensamiento de Leonardo Boff no significa de plano una descalificación de cuanto dice. Por lo demás resulta bastante interesante adentrarse al pensamiento ecológico moderno a través del estudio y reflexión de un teólogo que ha sido un testigo cualificado de los acontecimientos que vienen sucediendo en la Amazonia, además de ser uno de los pocos teólogos latinoamericanos que más ha profundizado en el tema.
Hemos de comenzar diciendo que, en no pocas ocasiones, nos parece encontrar en Boff un lenguaje que adolece de rigurosidad teológica mezclado con una carga de sentimentalismo. Podemos decir que en Boff confluyen y son evidentes en el desarrollo de su pensamiento, aquellos factores experienciales que lo han marcado en su vida personal. Así, por ejemplo, se constata una síntesis de su espíritu franciscano, de su formación teológica ligada al panenteísmo y de su vivencia personal en un lugar estigmatizado ecológicamente hablando. En sus argumentos echa mano del pensamiento teológico de Teilhard de Chardin, especialmente en lo que refiere a la cosmología evolutiva y cristológica. Mucho antes de hablar de ecología ya había expuesto dicho pensamiento en una de sus obras anteriores[17]. En este sentido es criticable el hecho de presentar el evento histórico de Jesucristo como fruto de un proceso natural. Se puede concluir que la encarnación del Verbo viene a ser la consecuencia necesaria de dicho proceso. Es decir, la encarnación se ve como necesidad de Dios y exigencia del hombre, se pierde la dimensión de la gratuidad divina. Si la encarnación es necesaria, luego también lo será la redención.
Por otra parte, podemos decir que su mayor contribución y mérito ha sido el tratar de profundizar un aspecto de la teología de la creación olvidado por tantos teólogos: la carga de responsabilidad y la encomienda que pesa sobre el hombre de ser custodio y no sólo beneficiario pasivo de cuanto le rodea. Así pues, la creación es para el hombre don y misión al mismo tiempo; no se pueden aislar las dos realidades.
Conclusión
Hay que decir que una crítica al pensamiento de Leonardo Boff no significa de plano una descalificación de cuanto dice. Por lo demás resulta bastante interesante adentrarse al pensamiento ecológico moderno a través del estudio y reflexión de un teólogo que ha sido un testigo cualificado de los acontecimientos que vienen sucediendo en la Amazonia, además de ser uno de los pocos teólogos latinoamericanos que más ha profundizado en el tema.
Hemos de comenzar diciendo que, en no pocas ocasiones, nos parece encontrar en Boff un lenguaje que adolece de rigurosidad teológica mezclado con una carga de sentimentalismo. Podemos decir que en Boff confluyen y son evidentes en el desarrollo de su pensamiento, aquellos factores experienciales que lo han marcado en su vida personal. Así, por ejemplo, se constata una síntesis de su espíritu franciscano, de su formación teológica ligada al panenteísmo y de su vivencia personal en un lugar estigmatizado ecológicamente hablando. En sus argumentos echa mano del pensamiento teológico de Teilhard de Chardin, especialmente en lo que refiere a la cosmología evolutiva y cristológica. Mucho antes de hablar de ecología ya había expuesto dicho pensamiento en una de sus obras anteriores[17]. En este sentido es criticable el hecho de presentar el evento histórico de Jesucristo como fruto de un proceso natural. Se puede concluir que la encarnación del Verbo viene a ser la consecuencia necesaria de dicho proceso. Es decir, la encarnación se ve como necesidad de Dios y exigencia del hombre, se pierde la dimensión de la gratuidad divina. Si la encarnación es necesaria, luego también lo será la redención.
Por otra parte, podemos decir que su mayor contribución y mérito ha sido el tratar de profundizar un aspecto de la teología de la creación olvidado por tantos teólogos: la carga de responsabilidad y la encomienda que pesa sobre el hombre de ser custodio y no sólo beneficiario pasivo de cuanto le rodea. Así pues, la creación es para el hombre don y misión al mismo tiempo; no se pueden aislar las dos realidades.
No obstante, se puede considerar un elemento criticable en Boff el recalcar la realidad de misión; más aún, el hablar de ella con premisas sin sustento teológico. En efecto, teológicamente hablando se afirma que el hombre no está al nivel del resto de la creación. Éste no tiene el mismo valor ante Dios que las demás criaturas. Si se habla en un contexto antropocéntrico, se hace más que todo por respeto a la verdad. En efecto, el hombre es el único ser abierto al Trascendente y llamado a la santidad[18]. Toda afirmación al respecto deberá tener presente esta realidad. Afirmar lo contrario implicaría negar la misma revelación. El Hijo de Dios se ha encarnado, es decir, se ha hecho hombre y no cualquier otra criatura más del cosmos. La redención tiene especialmente al hombre por objeto.
Esta misma verdad teológica afirma con igual fuerza que el hombre es un “administrador” y del mismo se espera sólo que sea fiel a su misión. Esta fidelidad puede fallar tanto si abusa de cuanto se le ha dado, como si le diese una mayor dignidad de la que tiene a aquello que ha recibido. La naturaleza es y debe ser siempre lo que Dios ha querido que sea para el hombre; no podemos hacer de ella sólo un medio utilitarista y egoísta de aprovechamiento personal en detrimento de ella misma y del resto de los hombres, pero tampoco nos es permitido hacer de ella un dios. Ella es reflejo de su Creador y medio de santificación para el hombre; en el hombre encuentra en ella su más digna expresión de agradecimiento a su Creador. A este respeto de la naturaleza quiere llegar Boff, sólo que para ello afirma la “igualdad” creatural del hombre con el resto de los seres que le rodean.
Quisiera terminar haciendo una alusión al pensamiento de San Juan Pablo II sobre al tema que nos ocupa:
Así pues, debemos afirmar que la creación es esencialmente un don de Dios al hombre, pero un don sobre el cual Dios sigue ejerciendo - por su providencia - una soberana afirmación. Además, el hombre no escapa al hecho creador de Dios, solo que posee cierta preeminencia por ser el centro de la creación ya que es creado a imagen y semejanza suya. Por esto mismo se le ha dado al hombre el poder de dominar sobre la tierra (Gn.1, 28). Será esa soberanía que Dios tiene sobre lo creado la base y el fundamento de la soberanía de la cual participa el hombre sobre la creación. El sometimiento del cual nos habla el libro del Génesis hace referencia al encargo del hombre a hacer del mundo un lugar habitable. Dios es el único Dueño y Señor de todo cuanto existe. El verbo “dominar” proviene de la palabra latina “Dominus”.
Quisiera terminar haciendo una alusión al pensamiento de San Juan Pablo II sobre al tema que nos ocupa:
¨El hombre, pues, se reconoce colaborador de Dios mismo en la obra de la creación, cuando abrazando la fe, se abre con humilde reconocimiento a la Fuente de la vida y asume una actitud de responsable fraternidad hacia las criaturas. La peculiar posición del hombre en el cosmos no debe conducirlo a optar ni por un despótico dominio, ni a formas de pasiva abdicación al propio rol; su auténtica centralidad consiste mas bien en un autorizado servicio al diseño de Dios sobre el mundo”[19]
Así pues, debemos afirmar que la creación es esencialmente un don de Dios al hombre, pero un don sobre el cual Dios sigue ejerciendo - por su providencia - una soberana afirmación. Además, el hombre no escapa al hecho creador de Dios, solo que posee cierta preeminencia por ser el centro de la creación ya que es creado a imagen y semejanza suya. Por esto mismo se le ha dado al hombre el poder de dominar sobre la tierra (Gn.1, 28). Será esa soberanía que Dios tiene sobre lo creado la base y el fundamento de la soberanía de la cual participa el hombre sobre la creación. El sometimiento del cual nos habla el libro del Génesis hace referencia al encargo del hombre a hacer del mundo un lugar habitable. Dios es el único Dueño y Señor de todo cuanto existe. El verbo “dominar” proviene de la palabra latina “Dominus”.
Ahora bien, el hombre está llamado por Dios a “dominar” la creación tal y como lo hace Dios. No olvidemos que, la creación por ser don de Dios al hombre, es a su vez, misión de Dios al hombre en cuanto que no deberá abusar de ella sino sólo aprovecharse de ella para alcanzar su plena realización. Esto es, su encuentro definitivo con su Creador de donde todo procede como su fuente y hacia donde todo tiende como a su fin. El hombre ha de sentirse llamado a hacer que todas las cosas tengan a Cristo por cabeza, pero sin perder jamás de vista su propia realidad. Ciertamente que se puede desarrollar el tema de una cristología ecológica y obtener gratas e interesantes conclusiones teológicas. Aún queda mucho por ver de qué manera la cristología puede iluminar la cuestión ecológica; existe mucho campo por trabajar al respecto.
Pbro. David Miguel Trujillo Utrera
Msc. Teología
Parroquia "La Resurrección del Señor"
Referencias:
[1] Cf. BOFF, L. “Ecología: grito...”, o.c., 15
[2] Ibid., 16
[3] Ibid., 16
[4] Ibid., 17
[5] Ibid., 222
[6] Ibid., 223
[7] Es este uno de los puntos más criticables del pensamiento de Boff. En efecto, quiere basarse en la realidad particular y única de Jesucristo que es el Hijo por antonomasia; una persona consustancial al Padre, para establecer el lazo que liga, ya no sólo al hombre a quien ha redimido Jesucristo, sino también al resto de las criaturas. Afirma que todo el universo, del cual él (Jesús) es representación y a través de él mismo, encuentra en Dios un verdadero Padre. Es decir, todos los seres del universo son sus hijos e hijas. De aquí que Jesús sea el “primogénito” de todas las criaturas (Rm.8,29). Además, podría darse otra lectura de este planteamiento en el campo filosófico, es decir, se está un paso de afirmar una especie de panteísmo cosmológico. Para mayor información: Ibid.,224.
[8] Ibid., 226
[9] Ibid., 227
[10] Esta afirmación aparece textualmente citada en la nota 16, p. 227 de: “Ecología: grito...”, o.c., al hablar de Y.M.J Congar.
[11] Ibid., 228
[12] En este sentido Boff afirmará que sigue siendo muy antropocéntrica la visión cristiana. Sólo el hombre tiene futuro; la salvación parece más un derecho exclusivo del hombre que una realidad cosmológica. Jamás se habla de que la encarnación del Verbo y la acción del Espíritu Santo transfiguren las estrellas o las montañas... Ibid., 237
[13] Ibid., 239
[14] Ibid., 239
[15] Ibid., 246 Boff insiste que esta nueva espiritualidad de alguna manera ya se está formando, es decir, forma parte de un proceso; será el fruto de una nueva sensibilidad que subyace a la nueva cosmología que se va imponiendo progresivamente (ibid. 246), Ante todo esto deberíamos preguntarnos si no volvemos de alguna manera al mismo análisis marxista que caracterizó a las primeras tendencias de la Teología de la Liberación.
[16] Ibid., 248
[17] El tema del Cristo cósmico y la evolución del universo que trata con motivo del argumento ecológico ya lo había tocado en su obra: “O Evangelho do Cristo cosmico”, Petrópolis, 1971. En aquella ocasión expuso la teoría de Teilhard de Cradin.
[18] En este sentido podemos decir con las enseñanzas del Magisterio: “Defender y promover, respetar y amar la vida es una tarea que Dios confía a cada hombre, llamándolo, como imagen palpitante suya, a participar de la soberanía que él tiene sobre el mundo: «Y Dios los bendijo, y les dijo Dios:" Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra"»(Gn 1, 28). » (Evangelium vitae, 42)
[19]Cf. Juan Pablo II. Ibid. Vol. XV,2 Año: 1992 p 408.
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