martes, 18 de junio de 2019

Solo dejen la puerta abierta



Aunque algunos personeros del gobierno lo niegan o aminoran el número, como sacerdote me ha tocado ver y despedir a muchas personas que han decidido salir del país. Muchos de ellos miembros de nuestra comunidad parroquial o simplemente familiares o amigos que no ven futuro en su nación. A mí no me lo han contado, yo he sido testigo de familias que han tenido que separarse porque no ven otra salida a la grave situación por la que estamos pasando. En el mejor de los casos han sido familias enteras; profesionales o comerciantes que cuentan con un apoyo en el lugar donde van. Esos son los que menos trabajo pasan. Han hecho un capital en Venezuela y se labraron un porvenir a fuerza de trabajo y sacrificios. Sin embargo, no deja de ser traumático el dejar atrás toda una vida llena de tradiciones y amistades. ¿Cómo meter en la maleta de viaje tantos momentos inolvidables y tantas amistades que a la larga se ha convertido en más que amigos? 

También están los padres que deciden partir y dejar aquí a su pareja y a sus hijos. Uno de los dos se sacrifica por el resto, aunque la verdad es que esa separación hace que todos se sacrifiquen. El que se va tiene la presión de hacer dinero pronto y enviar a quienes se quedan. A veces son explotados y de ellos se aprovechan personas inescrupulosas. Se ven en la necesidad de hacer lo que sea (quizá lo que aquí jamás se imaginarían si quiera hacer); si tienen suerte consiguen albergue y trabajo pronto, pero no muchos lo logran. Algunos se regresan en condiciones peores de las que se fueron. No pocos de esos que se van y, ante la dificultad de la soledad, terminan echando raíces pero con otra familia. 

Mi intención no es juzgar a quienes se vayan, sino iluminar desde la fe una situación que hasta ahora era desconocida para los venezolanos. Me causa gracia y tristeza a la vez porque yo soy uno que siempre ha pensado que los venezolanos debían salir de su país. Considero que es una manera de apreciar lo autóctono y valorar lo que tenemos. La cuestión es que jamás pensé que sería de esta forma. La familia de Nazaret también fue migrante y hasta refugiada. El Hijo de Dios con apenas meses de nacido supo lo que era tener que huir y conocer una cultura que le era ajena. El mismo pueblo de Israel experimentó el exilio obligado y Dios jamás les abandonó. Del mismo modo que Dios y su Santa Madre no abandonarán a quienes, nacidos en esta tierra, se aferran a Ellos donde quiera que se encuentren. Considero que de todo esto hemos de aprender y no solo quedarnos en lo malo. Esta experiencia debería convertirse en una oportunidad para crecer como nación. Nuestra Patria nos necesita y vayamos donde vayamos no debemos olvidarla. Días vendrán en que nos reclame para que la levantemos de la postración en la que la tienen unos pocos. Por los momentos aprendamos todo cuanto podamos y maduremos como personas. Tiempos vendrán en que toda esa experiencia adquirida nos sirva para que nuestra patria se reconstruya. No perdamos la esperanza porque de ser así la maldad habrá ganado. Recuerda dejar la puerta abierta cuando salgas, lo vas a necesitar a tu llegada.

Pbro. David Trujillo

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