“Cristo ante la riqueza”
Existen muchos mitos relacionados a la palabra “pobreza”, especialmente cuando la abordamos desde el evangelio. No creo poder agotar el tema pero trataré de ser lo más explícito posible y para eso deseo comenzar hablando de la actitud de Cristo ante riqueza.
1.- Lo que nos dice la Palabra de Dios sobre las riquezas
San Pablo nos dice que “Cristo, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos a todos” (2Cor, 8,9); El mismo Jesús afirma que “las zorras tienen madrigueras…, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt. 8,20).
Refiriéndose al apego a las cosas materiales, Jesús asegura que: “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre al Reino de los cielos” (Lc. 18,25). Así pues, son muchas las citas del Nuevo Testamento en el que se aborda el tema de Cristo y su actitud ante las riquezas.
En este sentido resulta emblemática la parábola del pobre Lázaro y el rico epulón (Lc. 16, 19ss) donde pareciera que el rico se condena por ser rico y haber recibido sus bienes en este mundo y el pobre se salva por ser pobre y haber padecido infortunios en esta vida. La verdad es que el rico se condena por ser indolente y egoísta ante el sufrimiento de quien se moría a la puerta de su casa y el pobre se salva porque desde su enfermedad e indigencia no dejó de creer en Dios ni renegó de Él.
2.- Jesucristo no está en contra de los ricos, sino más bien en contra del apego desordenado a las riquezas. En el evangelio se afirma que Jesús tuvo amigos ricos (Zaqueo, José de Arimatea…) Incluso uno de sus discípulos más inmediatos era un recaudador de impuesto (Mateo). Él supo distinguir siempre entre los ricos y sus riquezas.
Las riquezas pueden ser una bendición cuando son el fruto del trabajo y del sacrificio personal; no es malo ser rico ni es pecado disfrutar del fruto de nuestro esfuerzo honrado. A través de nuestras riquezas podemos conquistar nuestra salvación.
A lo largo de la historia de la cristiandad han existido santos que han sido ricos y han tenido mucho poder (San Luis Rey de Francia, Isabel de Portugal, Margarita de Escocia…) Jesús jamás pretendió una división entre los ricos y los pobres. Su actitud ante los ricos fue la misma que tuvo frente a los pobres; su mensaje de salvación era para todos.
3.- Lo que Jesús siempre condenó fue ese apego que tanto ricos y pobres tienen para con los bienes que poseen.
El problema está en hacer un dios de nuestras riquezas, eso nos convierte en idólatras. A veces más que tener posesiones las posesiones nos tienen a nosotros. Pero esto es una tentación que nos puede afectar a todos por igual, tanto a ricos como a pobres.
Cuentan que una vez llegó una persona a buscar consejo ante un anciano sacerdote que lo conocía desde cuando era niño. Aquella persona expresó su vacío existencial y le contó al sacerdote que no siempre fue así. Le dijo que cuando era pobre vivía al día pero se sentía feliz y con entusiasmo; lo poco que tenía lo compartía con quienes tenían menos y que, a pesar de la estrechez se sentía en paz, pero que luego que se hizo rico había perdido su paz interior y que ya nada le satisfacía. Después de escucharlo con atención, el anciano sacerdote le pidió que se asomara por la ventana y le dijera qué veía. Él lo hizo y respondió que veía a la gente pasar inmersos en sus cosas; a los niños jugar y a las parejas enamorarse…; después de eso le pidió que se mirara en el espejo de la oficina y le preguntó qué veía a lo que nuestro amigo respondió: veo mi rostro cansado y agobiado por la vida.
Fue en ese momento cuando el anciano le dijo que cuando era joven podía ver con sus ojos a los demás y darse cuenta de aquellos que le estaban entorno y que compartía con ellos sus mismas experiencias, pero que luego le había colocado una capa de plata a sus ojos y a partir de ese momento ya no podía mirarse sino a sí mismo; se había vuelto egoísta y avaro.
4.- Hay quienes critican a la Iglesia porque es “rica” y a los obispos y sacerdotes porque viven “bien”. En lo personal considero que esa es la crítica de quienes albergan envidias en sus corazones. Personas que no han sabido administrar los talentos que Dios les dio y se molestan por el progreso de los demás.
Se nos ha querido hacer creer que somos pobres porque los demás son ricos. Si una persona no ahorra; si no es capaz de invertir y administrar sus bienes; si lo poco que gana lo malbarata o peor aún, lo gasta en vicios y loterías, jamás tendrá nada.
Por otra parte, quienes somos consagrados no vivimos del aire. Al igual que Jesús en su tiempo, necesitamos “llevar una bolsa” para comprar lo necesario para vivir en una sociedad en donde la comida y los servicios de salud o de transporte cuentan dinero. Si criticamos a nuestro párroco porque tiene un “buen vehículo” para moverse pensemos en que de seguro no se lo debe a nadie y que lo ha comprado de su propio peculio o lo ha adquirido con su esfuerzo y dedicación.
¿Cuántas veces hemos escuchado a personas muy críticas decir que si se vendieran las posesiones que tiene el Vaticano de seguro se alimentaría a mucha gente en este mundo?
¿Cuántos ministros de Dios no viven en palacios como príncipes y llevan una vida de ricos? Pues bien, para quienes piensan de ese modo se les recuerda que la Iglesia es una institución que lleva más de dos mil años de existencia. Su patrimonio no le pertenece en absoluto; no hace otra cosa sino administrar lo que a lo largo del tiempo ha ido adquiriendo, pero son bienes que le pertenecen a la humanidad y están al servicio de su misión en este mundo.
Los grandes y hermosos templos sirven para rendir culto a Dios, para eso se construyeron y para eso se les utiliza. Las obras de arte de los grandes artistas están en museos administrados por la Iglesia y cualquiera que desee puede disfrutar de ellas. Además, el problema de la hambruna mundial y de otros muchos males no se resuelve vendiendo templos ni obras de arte para dárselo a los pobres; se resolverá cuando los líderes mundiales, los jefes de estados y todos los hombres de buena voluntad nos unamos para erradicar la corrupción, el populismo, los vicios y el egoísmo; cuando nos volvamos más sensibles ante las necesidades de nuestros hermanos más cercano (a veces aquel que vive bajo el mismo techo) y aportemos nuestro granito de arena para socorrer a quien por sí solo no puede ganarse el pan que se come, pero también cuando nos empeñemos en despertar la conciencia de quien pudiendo trabajar prefiere pedir.
Pbro. David Miguel Trujillo
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