martes, 21 de noviembre de 2017

Solemnidad de Cristo Rey del Universo


Cristo Rey del Universo

El 26 de noviembre la Iglesia Católica celebra la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, una fecha especial y de real importancia en nuestra vida de fe. Con esta fiesta se cierra el año litúrgico para dar paso al nuevo año con el Adviento. Es una ocasión para reconocer a Cristo como el Rey de nuestra vida espiritual y muy especialmente el rey de la Iglesia Católica.

La solemnidad de Cristo Rey del Universo fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925, con su encíclica Quas primas como una forma de incentivar a los fieles a reconocer en público a Cristo como el Rey de toda la Iglesia. Posteriormente, a partir del Concilio Vaticano II, la fecha fue movida al último domingo del año litúrgico para realzar la figura de Cristo como el centro y culmen de nuestra fe y de la historia universal.

La fiesta de Cristo Rey tiene también un sentido escatológico pues al reconocer a Cristo como Rey del Universo nos hacemos conscientes de su poderío sobre toda la tierra y sobre todo lo creado, aceptamos que Cristo es el primogénito de toda la creación no sólo por su pre existencia en el Padre sino por haber vencido también a la muerte y ser el primero en resucitar de entre los muertos. Así, su primera venida como salvador y redentor junto a su resurrección y ascensión gloriosa nos llevan a la espera escatológica de su segunda venida en la Parusía.

La realeza de Cristo


Cristo es el rey del universo no sólo por su filiación como hijo de Dios, sino porque gracias a la unión hipostática posee la misma naturaleza divina del Padre, así su divinidad le constituye también como Dios y hombre verdadero, por ello es Rey del Universo y Rey de los Hombres.

Su realeza había sido ya anunciada desde antiguo y en el viejo testamento encontramos varias pre figuraciones de ello, con la espera de un mesías que asumiría el reino y que vendría a liberar de la opresión al pueblo de Israel, esto lo observamos por ejemplo en la profecía de Natán a David (2 Sm. 7, 1-16) donde Yahvé promete a David una casa, una estirpe de la cual surgirá el Rey cuya realeza será consolidada para siempre.

En el nuevo testamento encontramos también la presentación de Jesucristo como rey, con el anuncio del Ángel Gabriel a la Virgen María “No temas María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, le llamará Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.” (Lc. 1, 30-33)



La realeza de Jesús ya se anuncia antes de su concepción, es el Hijo de Dios el Rey Supremo y como hombre su realeza proviene por genealogía de la casa del Rey David, un reino que no terminará. Jesús mismo lo termina de revelar ante Pilatos: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí” (Jn. 18,36)

Observamos así cómo Jesucristo presenta el reino de Dios, su reino, como un reino más trascendente y espiritual. Jesús no es un rey guerrero que viene a luchar contra la opresión y tiranía humana, sino un rey que viene a abolir la esclavitud y la opresión del pecado, a ofrecer consuelo a los afligidos y abrazar a los hombres desde la misericordia, incluso a impartir una justicia que es muy diferente a la nuestra.

Rey y Señor


Cuando aceptamos y reconocemos a Jesucristo como Rey y Señor de nuestras vidas, le estamos otorgando el poderío que siempre le ha correspondido, ese poder que siempre ha tenido de sanarnos y salvarnos pero que no puede ejecutar sin nuestra aceptación, sin la apertura consciente de nuestra alma y corazón a su obrar, a su voluntad divina.

En este aceptar la voluntad de Dios accedemos a su amor, le permitimos obrar en nosotros y transformarnos, le permitimos instaurar su reino en nosotros.

A menudo solemos pensar y escuchar que al Reino de Dios tendremos acceso luego del juicio final, cuando al fin lleguemos a la vida eterna. No obstante el reino de Dios se encuentra en nosotros y entre nosotros, cuando vivimos la vida desde una dimensión espiritual y en clave de fe permitimos a Cristo Rey transformarnos, hacer crecer en nosotros el amor, la caridad, la justicia, la santidad, y si realmente obramos según nuestra fe, entonces haremos que quienes nos rodean vivan también ese reino de Dios que habitamos y nos habita.

En nosotros está colaborar en la instauración del reino de Dios en la tierra, desde la forma como nos comunicamos y compartimos con los demás, desde el modo de obrar, desde el servicio ya sea en la familia, nuestro espacio principal para vivir el reino, como en el trabajo, la comunidad e incluso la iglesia, y más allá aún, desde el acercamiento caritativo y misericordioso a los hermanos que se encuentran en las periferias no sólo económicas o materiales sino también las espirituales, a los excluidos, a los marginados, a quienes necesitan afecto, cariño, e incluso conocer la buena nueva del amor de Dios.

Vivamos el reino


Para vivir el reino no necesitamos grandes cosas, sino esfuerzo, servicio y especialmente actos sencillos de amor y misericordia: la guía oportuna, el abrazo sincero y fraterno, la escucha efectiva y afectiva, el trato amable, la palabra de aliento. Obrar según la fe que profesamos, realizar las obras de misericordia, son actos que nos encaminan hacia Dios y que nos permiten colaborar en la instauración del reino de Dios en la Tierra.


Aprovechemos esta fiesta solemne para reconocer el reinado de Jesucristo en nuestras vidas, un reino de Justicia y Amor. Hagamos que sea Jesucristo el que reine en nuestros corazones, en la sociedad, en la Iglesia. Mientras caminamos en la espera escatológica, que Jesucristo Rey del Universo reine a diario en cada uno de nosotros.





Redacción: María Luisa Angarita
Pastoral de Medios de Comunicación
Parroquia "La Resurrección del Señor"

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