En medio de una sociedad que cada día cobra mayor avanzada en la descalificación verbal, en el ruido producto de nuestros descontentos y desafueros, en donde la maledicencia cada vez cobra mayor espacio, en donde buscar inculpar a los otros por nuestros errores y las consignas hirientes y exacerbadas son los indicadores de una situación de aparente poder que nos aleja, sin lugar a dudas, del amor de Dios, debemos esforzarnos muy seria y comprometidamente en volver nuestra mirada a San José el “Hombre del silencio”.
A veces pensamos que permanecer en silencio frente a las realidades de la vida es la mejor manera para no “entrar en conflictos”, “en problemas”, “para no caer mal”, “para no ganar enemigos”, “para ganar el aplauso de los débiles” o “simplemente para evitar problemas”.
Pero el silencio puede ser un signo de evidente desinterés frente a las situaciones que nos circundan, de desprecio hacia el prójimo y sus complejidades vivénciales, de enojo o molestia por ser situaciones contrarias a las que hemos pensado o diseñado, y en el más agravante de las realidades enojados con Dios “porque no hizo lo que yo quería”.
Es allí entonces cuando emerge con más fuerza y simplicidad el silencio de San José el esposo de la Virgen María, de quien no se registra una sola sílaba, un solo sonido emitido por él en toda la Sagradas Escrituras, sino el hombre que era capaz de escuchar para poder dar más, escuchar en silencio para analizar y poder cumplir con lo que se le pide, con lo que debe hacer así ello no sea lo que sus planes humanos diseñaron y proyectaron.
San José en su obediencia a los planes de Dios, transmite paz y seguridad, cualidades del silencio prudente, bien entendido y actuado en su debido momento.
Es un silencio que comprende, que no habla, que no se desgasta en palabrerías vacías sino con obras, y aunque en la Sagradas Escrituras no se registran sus palabras si quedan sus obras plasmadas y aquilatadas en un solo término “obediencia”.
Obediencia en la atención dócil y fiel a las inspiraciones de Dios:
“el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados» Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado.” (Mt. 1, 20-21).
En una cultura ruidosa y ensordecedora en la cual nuestros corazones se llenan de cualquier cosa estridente ¿cómo podemos hacer para escuchar los susurros de la voz de Dios que nos habla con sutileza? El silencio no es vacío ni vaciedades, sino la necesaria condición para escuchar a Dios desde el corazón, para reflexionar y actuar:
“José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto” (Mt. 2, 14).
Es el silencio un momento privilegiado para orar, para encontrarse consigo mismo, para estar atento a los susurros y las caricias de Dios, incluso para poder entender la situación del otro, para permitir que el otro entre en mí vida con sus luces y sus sombras, con sus alegrías y dolores, con triunfos y fracasos.
El silencio es un momento para curar, consolar y sanar heridas. En silencio florecen los bosques y se llenan de verdor los campos, mientras que un árbol cuando cae produce ruidos estrepitosos.
Este mes dedicado al Santo del Silencio, esforcémonos por imitarlo y hacer silencio en nuestros corazones, en nuestras historias, para permitirle a Dios que pueda hablarnos y podamos escucharle, para reflexionar y obedecer a sus planes de amor que tiene proyectado para cada uno de nosotros. El silencio no es indiferencia frente al otro sino apertura para que pueda entrar y ser escuchado. ¡Bendito sea San José el Hombre del Silencio!
Pbro. Noel Galindo Castro
Pastoral de Medios de Comunicación Social
Parroquia “La Resurrección del Señor”
Artículo publicado en la Revista "Camino, Verdad y Vida" . Órgano Divulgativo de la Diócesis de Maracay. Marzo-Abril 2014. Año 1. N°. 1
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