viernes, 3 de agosto de 2018

Ecología desde Latinoamérica: Una Visión Teológica (Parte I)



                          
                                                                                                                                
“Nuestro Dios es el mismo Dios, quizás pienses que lo puedes poseer de la misma manera que deseas poseer nuestra tierra. Pero no puedes. Él es el Dios de la humanidad entera. Él tiene la misma dignidad para con el hombre rojo y para con el hombre blanco. Esta tierra es preciosa para él. Causar daño a la tierra es despreciar a su Creador. Los blancos han de acabarse algún día. Puede que más temprano que todas las demás razas. ¡Seguid adelante! ¡Ensuciad vuestra cama! ¡Una noche vais a morir ahogados en vuestro propio excremento!”. 

SEATTLE (1856) 

El párrafo con el que he querido empezar este artículo forma parte del discurso que Seattle, cacique de los Duwamish, dirigió a Isaac Steven en 1856, cuando éste, siendo gobernador del Estado de Washington, le propuso comprar la zona habitada por su pueblo. Estas palabras han resultado premonitorias y gozan de plena vigencia. Aquello de lo cual se lamentaba Seattle es motivo de grave preocupación en todo el mundo y especialmente en los países más pobres de Latinoamérica.

Hoy día pudiéramos identificar en esta parte del mundo “pobreza” con contaminación ambiental; “progreso industrial” con deterioro de la naturaleza; “desarrollo de los pueblos” con destrucción de los recursos naturales. En estas últimas décadas hemos sido testigos de los graves daños que se le ha causado al medio ambiente.

En la historia de la humanidad nunca antes se había visto tal hecatombe causado al planeta Tierra. Lo que se ha tardado millones de años de evolución, hoy vemos cómo en tan poco tiempo está desapareciendo.

Desde el momento en que la máquina de combustión hizo su aparición en la historia de la humanidad a esta fecha, se han dado pasos agigantados en el mundo tecnológico y científico. No cabe duda que, gracias a esos adelantos, la vida del hombre tal y como se conocía ha ido cambiando progresivamente.

En efecto, estos descubrimientos científicos y adelantos técnicos han ayudado a transformar la calidad de vida de la persona humana, pero no pocas veces, esto ha sido posible y se ha llevado a cabo, en detrimento del medio ambiente, por lo cual valdría la pena preguntarse si el precio lo amerita o, en todo caso, qué se puede hacer para corregir o aminorar al menos, las consecuencias nefastas que se han producido.




Se han disparado las alarmas de la contaminación y destrucción exponencial de nuestro planeta, por lo que desde hace algunos años ha empezado un movimiento que ha ido tomando fuerzas con el transcurrir del tiempo. Me refiero al movimiento ecológico. Hoy por hoy, incluso existen “partidos verdes” que, si es cierto, no han llegado a ocupar posiciones de importancia en los gobiernos de turno, también es verdad que han servido para negociaciones en coaliciones políticas que muy bien podría resultar beneficioso para la conservación del medio ambiente.

En fin, este artículo pretende, entre otras cosas, analizar la realidad del deterioro ambiental y arrojar algo de luz desde la reflexión teológica. En efecto, el problema es grave y requiere ser atendido desde muchos ángulos. Además, a la religión judeocristiana se le ha acusado de servir de caldo de cultivo a todo ese maltrato infringido a la naturaleza. Deseamos examinar hasta dónde puede ser eso cierto y, en todo caso aportar también desde la religión cristiana, algunas propuestas que ayuden a detener e incluso a revertir el daño causado.

Ante la deplorable situación mundial, la ecología se presenta como una alternativa real y eficaz. Quizá la misma realidad destructiva de la humanidad nos podría ayudar a tomar conciencia del peligro al que nos enfrentamos y así el hombre empiece a revisar su conducta ante la naturaleza a fin de detener y subsanar el daño que se ha venido originando.


Desde sus inicios, el tema ecológico ha ido evolucionando y hoy día supera el tema del conservacionismo (conservación de la especie en vía de extinción) o el preservacionismo en virtud de la cual se crean grandes reservas ecológicas para preservar la biodiversidad de animales y plantas. Supera también el ambientalismo, ya que su campo de acción no se reduce al medio ambiente agredido por el hombre.


Por otra parte, en Latinoamérica existen las mayores reservas de agua del mundo y la biodiversidad de la que se compone constituye más de una tercera parte del planeta. La influencia que ejercen nuestros recursos naturales afectan de un modo u otro el ecosistema mundial. A pesar de ello, a pocos pareciera importarles el hecho de la continua agresión a la naturaleza que se realiza en nuestro continente. La tala y la quema, la explotación no controlada de la minería (explotación de oro, plata, hierro, diamantes, cobre…) o la extracción de hidrocarburos (petróleo y gas) que existen en nuestro subsuelo están acabando con nuestras selvas y costas por lo que cada vez son mayores las especies de animales y plantas que se extinguen y mayor la cantidad de los suelos que se contaminan.

La pobreza que caracteriza a nuestros pueblos latinoamericanos es directamente proporcional a la explotación y deterioro de sus recursos naturales renovables o no renovables. Las grandes transnacionales han mostrado poco escrúpulo a la hora de extraer dichas riquezas y para ello no les ha importado usar medios contaminantes que en sus países de origen les están prohibidos.

Todo esto ocurre ante la mirada cómplice de las autoridades de turno que no pierden oportunidad para recibir sustanciosos beneficios. En el caso específico de Venezuela podríamos citar lo que acontece con los garimpeiros y la extracción del oro en el sur de nuestro país y que últimamente se conoce como el Arco Minero.


En esa zona las aguas de los ríos se contaminan con el uso del mercurio o simplemente se hace un uso inapropiado de herramientas que socaban y deterioran la capa fértil de los suelos. Sirva además como ejemplo de lo arriba mencionado, el caso de dos emblemáticos lagos naturales. Nos referimos al lago de Valencia o de los Tacariguas y al de Maracaibo. En otros tiempos eran, no solo lugares de esparcimiento y fuente de riqueza por el turismo, sino además sus aguas se empleaban en el riego de las tierras fértiles que las circundan. Hoy día se han convertido en depósito de desechos tóxicos y la existencia de algunas de las especies de animales que existen en ellos pende de un hilo.

Una vez más el Papa Francisco nos ha sorprendido al convocar el Sínodo de la Amazonía que tendrá lugar el año entrante. Me parece importante que iniciativas como estas sean acogidas y bien ponderadas dada la situación ecológica actual. Aun cuando se ha dicho desde un comienzo que no será un Sínodo ecológico, no cabe duda que tendrá que abordar el tema impostergable de la ecología.

No olvidemos que la ecología hace referencia a la persona y a su entorno natural y la creación es no solo don de Dios, sino también una responsabilidad. Sobre los hombros del ser humano descansa el compromiso de administrar todo cuanto Dios ha creado. En este sentido, deseo reflexionar sobre la génesis del problema, ya que si no conocemos las causas de la enfermedad difícilmente podríamos encontrar su cura y estaríamos condenados a repetir hasta la saciedad los motivos que la provocan. Ciertamente que el problema que quiero abordar es complejo y que son muchos los factores que lo originan. Pero por eso mismo, serán muchos también los elementos desde los cuales pudiéramos aportar soluciones.


No pretendo agotar el tema, pero sí aportar, desde la reflexión teológica, ideas que iluminen el camino a seguir, ya que nuestra cultura es eminentemente influenciada por la religión y está en nuestro ADN social la influencia del cristianismo, quisiera ahondar, desde los datos que nos proporcionan las Sagradas Escrituras y el Magisterio eclesial, lo que se ha dicho del tema que nos ocupa y ofrecer herramientas desde nuestra fe que ayuden a cambiar ciertos paradigmas de pensamientos y conducta predatoria y antiecológica.

Se nos impone una manera nueva de comportamiento que nos lleve a tomar partido por la vida y no por la muerte. Ya Leonardo Boff[1] nos ha hablado de una nueva espiritualidad en la que se recalque nuestra responsabilidad de cuidar y velar por las criaturas y en la que no veamos la creación como un ave de rapiña mira a su presa.

Todo esto nos lleva a hacernos una pregunta impostergable: ¿Es posible que la reflexión teológica pueda iluminar la realidad ecológica en Latinoamérica?; ¿En qué forma podría ayudar la Teología en la consecución de soluciones al grave problema ecológico que nos está afectando y que parece ir empeorándose cada vez más? Así pues, nuestro propósito es hacer una reflexión sobre los posibles aportes que se pueden dar, desde el quehacer teológico, a la grave problemática antiecológica en la que están sumidos muchos países de Latinoamérica. Es mucho lo que deseo exponer por lo cual considero conveniente escribir el siguiente artículo en varias partes esperando despertar en mis lectores la inquietud que me mueve a realizar este humilde trabajo.





Pbro. David Trujillo
(Imágenes y Texto)
Parroquia "La Resurrección Del Señor"
Pastoral de Medios de Comunicación




[1] Cf. BOFF, L., “Ecologia Mondialitá Mistica”, Ed. Cittadella, Assisi, 1993

2 comentarios:

  1. Buenas tardes, felicitaciones padre David Trujillo, espero que su iniciativa sea motivo de reflexión y discernimiento por la brutal dstrucción ecológica de nuestro hermoso País, así com tambien sirva de iniciativa para otras parroquias , en la organización de su consejo pastoral...Enhorabuena

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  2. Bendecido Día Padre David. Importante y vital tema de urgente actualidad. Esperando con mucho interés por la continuación de su escrito. Gracias por ello. Un fraternal abrazo. Paco.

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