Creo que fue Einstein quien dijo que la vida puede verse como si todo es milagro o como si nada es milagro. En una sociedad tan acelerada como la nuestra, resulta cuesta arriba reconocer cuando ocurre un milagro aunque pase frente a nuestros ojos…, el título de este artículo es el mismo de una película que ya he visto varias veces por televisión. Se trata de un caso de la vida real de una familia típica norteamericana. Una de sus tres hijas llamada Ann y con menos de 12 años se enferma repentinamente; es algo extraño que tiene que ver con el colon; se le abulta su estómago y da la impresión de estar embazada o peor aún, se asemeja a esos niños famélicos que son muy comunes en los llamados países tercermundistas.
Lo cierto es que la madre desesperada y, luego de agotar todos los recursos a disposición, decide llevarla a un afamado pediatra en la ciudad de Boston. Van pasando cosas “normales” y se van superando obstáculos que a simple vista parecían insuperables como el hecho de tener que llegar al hospital sin cita previa, el no contar con recursos económicos suficientes para cubrir los gastos de la hospitalización o la estadía en la ciudad…, lo cierto es que al final la niña es evaluada y diagnosticada. Se le envía a casa por un tiempo mientras se hace el tratamiento que hasta ese momento muy poco resultados había tenido en ese tipo de enfermedad.
Una vez en casa hay un accidente; la niña cae al vacío dentro un árbol hueco y tardan horas en sacarla. Inexplicablemente del accidente no hay consecuencias graves. Nadie puede explicar por qué no murió. Pero lo más asombroso es que a partir de ese momento empieza una evidente recuperación de la enfermedad que la aquejaba.
Durante el desenvolvimiento de la película existen momentos de crisis familiar, crisis de fe y crisis existencial. Preguntas sin respuestas y momentos de desesperación y de temor. A medida que la niña se sana llega la calma y la alegría. Al final de la película, una vez que la evalúa el médico y la da de alta, la niña le cuenta a sus padres algo que ocurrió aquella tarde dentro del árbol. Tuvo una experiencia cercana a la muerte…, pero lo que más me llama la atención es cuando repiten algunas escenas en las que se dan a conocer los pequeños milagros que ocurrieron y de los que quizás nadie se percató en un primer momento. Me refiero a la solidaridad de los amigos que se hicieron presentes cuando la familias más los necesitaba; la caridad que mostró una mesonera desconocida al ofrecerle alojamiento a la bebé y a su mamá sin conocerlas; a la actitud de la recepcionista que arriesgó su trabajo de apenas dos semanas de adquirido y “transgredió” la política del hospital para que la niña fuera atendida, o al empleado del aeropuerto que hizo que la tarjeta de crédito sin fondos pudiera ser aceptada para la compra de los boletos de avión. Dios hace tantos milagros que a veces en nuestra desesperación resultan imperceptibles. Milagros que quizás jamás descubriremos y que permanecerán solo en la mente y el corazón de ese instrumento divino que lo llevó a cabo.
Yo no sé por qué ocurren las cosas, pero lo que sí sé es que de todo cuanto nos pasa podemos aprender una lección de vida. Son esas dificultades las que nos ayudan a crecer, serán ellas las que hacen posible los milagros que nos ocurren y que nos permiten estar aquí y ahora. Quiero pensar que en la mente divina todo tiene un propósito y tiene un sentido; quiero poner mi confianza en Él y sé que no quedaré defraudado; que aunque camine por cañadas oscuras no tengo por qué temer porque Él está conmigo.
Pbro. David Trujillo
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