martes, 3 de septiembre de 2019

La virtud de la Humildad



La palabra virtud viene del latín (vir-is) y significa esfuerzo e implica el trabajo. De ahí viene la palabra viril que hace alusión precisamente al esfuerzo físico que caracteriza al hombre. La humildad es una virtud porque no se nace con ella, sino que la adquirimos en la medida en que nos esforzamos por tenerla. Lo mismo ocurre con todas las virtudes que conocemos. 

Ahora bien, la humildad viene de otra palabra latina (humus) y hace alusión a la tierra o a la arcilla. La humildad consiste en la sencillez y pequeñez con la que hemos de vivir. Ser humildes tiene que ver con la simplicidad de vida que llevamos; con la sencillez con la que tratemos a las personas que nos rodean. 

Quizás podemos entender mejor la humildad si hablamos de su contrario que es la soberbia o el orgullo. Soberbia es creerse más que los demás; es vivir como si fuéramos perfectos o que hemos patentado la verdad. Todos se equivocan menos yo. La soberbia se relaciona con la vanidad y el orgullo. Un orgulloso no pide perdón ni reconoce que se ha equivocado y el vanidoso alardea de cuanto tiene o conoce; son las personas que se hacen pesados solo con su presencia. El defecto de la soberbia es más común de cuanto creemos; abundan los soberbios y estamos faltos de gente humildes en nuestras parroquias. 

Son tres cosas las que caracteriza a los humildes: una de ellas es la capacidad de servicio. La gente humilde es servicial. No espera ser servido, sino que busca siempre la manera de servir sin esperar nada a cambio; lo hace de una forma desinteresada. Otra característica es la utilidad. El humilde procura ser útil. No es lo mismo ser útil que ser importante. Hay quienes se esmeran por ser importantes y “ocupar los primeros puestos en los banquetes” para ser vistos y aparentar. El humilde no le interesa ser importante sino servir para algo, es decir, ser útil. La gente humilde llega a ser importante, pero solo luego de ser útil; la gente importante no siempre es útil…, la otra característica de la humildad es la capacidad de escuchar o el silencio en que vive. El humilde por lo general habla poco y lo que dice lo piensa bien. Además está atento a aprender de los demás. Para eso hace silencio en su interior y medita lo que observa. El humilde por lo general es prudente. En cambio el soberbio o engreído propaga a los cuatro vientos el “bien” que hace. Vocifera sus verdades a todo pulmón y le interesa mucho que los otros se enteren de sus obras porque le importa ser ponderado por los demás. Cuando no le agradecen lo que hace se entristece, peor aún, cuando le critican su conducta se enfurece y hasta puede mostrarse violento contra quien le adversa o contradiga. 

Hay quienes piensan que humildad es dejar que los demás hagan con nosotros lo que les plazca. Hay quienes confunden la humildad con un complejo de inferioridad; aquellos que creen o le han hecho creer desde temprano que “no sirven para nada”…, eso se llama pusilanimidad o incapacidad inducida. Un verdadero cristiano sabe que no es más que nadie, pero que nadie es más que él. La humildad no está reñida con la dignidad ni el respeto a uno mismo. El humilde se valora y se ama y ha de estar dispuesto siempre a sobreponerse en las adversidades. No importa el puesto que llegue a ocupar de poder, siempre se puede ser humilde en nuestro trato; el humilde jamás olvida sus raíces. El Papa Francisco nos ha aconsejado saludar a quienes veamos cuando vayamos de subida porque serán los mismos que veamos cuando vengamos de bajada. Aprendamos de Jesús de Nazaret que, siendo Dios no tuvo inconveniente en hacerse hombre como nosotros menos en el pecado.

Pbro. David Trujillo

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