El evangelio de este domingo XXVI del tiempo ordinario se presta para confusión. Cualquiera que lo lea sacándolo del contexto puede pensar que el rico epulón se condena solo por ser rico y el pobre Lázaro se salva solo por ser pobre. Nada más lejos de la realidad que este pensamiento. Hay ricos que se salvarán y hay pobres que se condenarán.
El rico epulón representa el egoísmo, la vanidad y la indiferencia ante quien se ve necesitado de nosotros. Su condena se debe a que fue incapaz de socorrer a quien se moría de hambre a la puerta de su casa. Quizás su riqueza, en vez de ayudarlo a ganarse el paraíso, fue la causa que lo lleva a su condenación. Pero si vemos bien, hay muchos pobres en nuestros días que sufren de la misma enfermedad que el rico del evangelio.
El pobre Lázaro, representa en cambio la paciencia, la mansedumbre y la piedad. Si se convirtió en mendigo no fue por flojo, sino porque estaba enfermo y convaleciente. Pero desde su situación no reniega de Dios.
Por otro lado, en la conversación que tiene el rico y Abraham se habla de un abismo que evita que se puedan pasar de una parte a otra. En lo personal considero que ese distanciamiento empieza en este mundo y se prolonga después de esta vida terrena.
Hay quienes aquí se esmeran en alejarse de los demás; quienes se esfuerzan en dividir y hacer rupturas. Son grandes las distancias entre ricos y pobres; entre justos e injustos; entre verdugos y víctimas. Todo eso se prolongará después de esta vida. Pero también ocurrirá lo contrario, aquellos que aquí se esfuerzan por permanecer unidos; quienes perdonan de corazón a sus hermanos y procuran el bien a sus semejantes; quienes no llevan cuenta del mal que le hacen no sólo vivirán en paz en esta tierra, sino que su felicidad se prolongará después de este mundo.
La otra idea que no puedo pasar desapercibida es la que se desprende de la boca de Abraham cuando el rico le pide que envíe a Lázaro a casa de su padre para que les haga cambiar la vida que llevan sus hermanos y así no terminen en aquel lugar de tormento en el que él se encuentra. Abraham le dice que tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen. Y termina sentenciando que si no escuchan a Moisés y a los profetas no cambiarán aunque resucite un muerto.
Moisés y los profetas son la Ley (Torá) y los profetas del Antiguo Testamento. Hoy pudiera decirnos Abraham que tenemos a la misma Palabra encarnada, el Verbo del Padre. Ya Dios ha hablado y nos ha dejado en su Hijo todo cuanto tenía que decirnos.
Si no escuchamos a Cristo no cambiaremos aunque se nos aparezca un muerto. Seamos sinceros, para cambiar lo único que necesitamos es querer. Quienes no cambian sus vidas ante el evangelio es porque no quieren.
Escuchemos la voz de Dios que nos habla a través del Hijo y hagamos el firme propósito de cambiar lo que en nuestra vida está mal.
Pbro. David Trujillo
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