martes, 12 de noviembre de 2019

Vida después de la vida



A mi entender existen tres posibilidades con referencia a la vida después de la muerte. La primera es no creer en la vida eterna. Hay gente como los saduceos del evangelio para quienes no existe una vida después de esta. Para ellos, que eran creyentes, Dios manifiesta su benevolencia a sus hijos en la vida temporal. Muestra de su amor son las bendiciones que recibimos en nuestra vida terrena. De ahí que trataran de vivir placenteramente. Los saduceos de nuestro tiempo son aquellos que no creen en Dios, se profesan ateos o peor aún, hacen del dinero o sus posesiones un dios a su medida. En nuestros días hay gente que vive como si jamás va a morir y termina muriendo como si jamás ha vivido. Esto es así porque Dios es capaz de llenar el corazón del hombre y sin Él vivimos un infierno adelantado.

También están aquellos que creen en la reencarnación. Es decir, creen en la vida como un ciclo en el que la muerte determina si reencarnan en un ser inferior o superior. Todo depende de cómo nos hayamos comportado en nuestra existencia terrena. Religiones como el budismo profesan estas creencias. Afirmar esto es tanto como negar la individualidad de la persona humana y olvidar que poseemos un alma inmortal.

La tercera posibilidad es creer en la resurrección. Nosotros los cristianos creemos en esta última. El mismo Cristo lo dijo a los saduceos. Dios es Dios de vivos, no de muertos, porque para Él todos están vivos (Lc. 20,38). Es por eso que cada vez que recitamos el credo afirmamos creer en la resurrección de la carne. En primer lugar porque aceptamos que Cristo resucitó. El mismo San Pablo afirma que si Cristo no resucitó vana es nuestra fe (1 Cor. 15,14). Ahora bien, la resurrección en la que creemos los cristianos se consuma después de la muerte, pero ha de vivirse ya en esta vida temporal. Mal pudiera creer en la resurrección quien en este mundo vive en la muerte, es decir, haciendo daño y perjudicando a quienes le rodean; aquellos que se niegan a sí mismos la posibilidad de ser felices y se empeñan en llevar una vida triste o amargada; quienes hacen del odio su divisa y del pesimismo su compañero.

¡Vivir como resucitado!, he aquí la meta de todo cristiano. Eso significa disfrutar la vida en todo su esplendor procurando siempre hacer el bien; alegrarse con los que están alegres y entristecerse con los que lloran, es decir, ser solidarios. Hacer de esta vida un pedazo de cielo para prolongarlo después de la muerte.

Pbro. David Trujillo

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