martes, 4 de febrero de 2020

Día de la Candelaria



Celebrar la Candelaria me da la oportunidad de hacer una reflexión sobre la luz. De ahí proviene el nombre de esta fiesta, de la candela y no en vano se coloca en boca del anciano Simeón que hablará del Niño Jesús como la luz que ha venido a alumbrar a las naciones (Lc. 2, 28). Ahora bien, me vienen a la mente cuatro palabras que se relacionan con la luz y que bien pudieran ayudarnos a profundizar sobre el tema.

La primera es iluminar. La luz sirve para que podamos ver el camino y en un mundo tan entenebrecido se hace necesario contar con la luz que nos ayude a ver hacia dónde vamos. Cristo es luz porque nos ilumina y, al igual que Él hemos de iluminar, es decir, orientar y mostrar el camino de quienes están a nuestro alrededor.

Iluminar con los mismos criterios usados por Cristo cuando vivió en este mundo. Sin imposiciones de ningún tipo. La luz no se impone a la fuerza y basta con hacer acto de presencia para que las tinieblas desaparezcan. Lo peor es que a veces nos habituamos tanto a la oscuridad que hasta la luz nos resulta incómoda…

La segunda palabra es purificación. Es el fuego (o candela) lo que purifica el metal más duro; dice que el fuego acaba con todo. De hecho al purgatorio lo representamos como un lugar en el que las almas se purifican con fuego.

En este sentido cuando tratamos de cumplir con lo que Dios manda nos purificamos. No es fácil negarse a sí mismo y cargar la cruz de cada día, pero eso sirve para purificarnos.

A través de las pruebas y de los obstáculos podríamos purificarnos. Enfrentar la verdad (luz) nos permitiría deslastrarnos de mucho peso muerto que no nos deja caminar con libertad.

La tercera palabra es alegría. Me ha tocado estar en lugares donde, en tiempo de invierno, el sol no se logra ver. Son días tremendamente tristes y ensombrecidos. Es fácil que en días así la gente se deprima. Pero basta con que algún rayo de sol aparezca en el firmamento para hacer que el estado de ánimo cambie.

La luz es sinónimo de esperanza y de alegría. Nos recuerda que detrás de las nubes entenebrecidas hay un sol que no deja de brillar.

La cuarta y última palabra es calor. Cuando se está en una temperatura bajo cero el fuego nos ayuda a calentarnos. Hay demasiada gente con el corazón helado; son indiferentes y apáticos para las cosas buenas.

Por eso es importante que exista la luz de Dios que nos haga arder el corazón. Solo el amor de Dios puede hacer ese milagro. No en vano durante Pentecostés el Espíritu Santo desciende y se posa sobre los presentes en una llamarada de fuego.

Pbro. David Trujillo

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