Dado que hace pocos días se celebraba la solemnidad del Bautismo del Señor, fiesta con la que se cierra el ciclo de Navidad, quisiera hablar del sacramento del bautismo.
He de comenzar por decir que existen en la biblia tres tipos de bautismo. El primero de ellos es el llevado a cabo por Juan Bautista. Según nos narran los evangelistas se trataba de un signo de arrepentimiento. Este signo no es originario del pueblo de Israel, sino más bien de toda la zona. Representaba el deseo de iniciar un nuevo camino.
La gente siempre ha tenido conciencia de su condición de pecador y quien así se reconoce no puede sentirse bien. Es por eso que en la mayoría de las religiones existen gestos o ritos de purificación. Juan quiso preparar la llegada del Mesías invitando a una conversión que iniciaba precisamente con el gesto del bautismo que no era otra cosa que sumergir en el agua a quien deseaba cambiar su vida una vez que se reconocía pecador.
El segundo de los bautismos de los que nos hablan los evangelios es el de Cristo. No deja de ser un misterio la razón por las que el Señor le pide a Juan que lo bautice. El mismo Juan no sale de su asombro ante tal solicitud y se resistía a hacerlo diciendo: “Yo soy quien debe ser bautizado por ti y ¿tú viene a que yo te bautice? Pero no menos misteriosa resulta la respuesta de Jesús: “Haz ahora lo que te digo porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere” (Mt. 3, 13-15).
Existen autores que explican que lo que Jesús pretende no es más que ser coherente con su condición de ser humano. Él asumió una naturaleza humana y en su solidaridad con los hombres quiere pasar por uno más.
Otra consideración afirma que él no se bautiza porque quiera purificarse de algo, sino para purificar el agua con la cual se bautizarán quienes le acepten como salvador. Una cosa sí es segura, Jesús no recibe el bautizo porque tenga conciencia de pecado. Además Él es obediente al Padre y cumple su voluntad sin más. Gran lección para quienes somos sus seguidores: hacer siempre la voluntad de Dios aun cuando en muchos casos no la entendamos.
El tercer bautismo es aquel que recibimos quienes optamos por Cristo. Es el sacramento que nos abre la puerta a los demás sacramentos y nos injerta en la vida trinitaria. Nos hace miembros de la Iglesia de Cristo y nos borra todo pecado.
Este es el sacramento que nos convierte en otros cristos en el mundo. Este signo sacramental lo conforman otros muchos signos que ayudan a iluminar el misterio que lo envuelve. Todo sacramento es un signo sensible a través del cual se nos comunica una realidad invisible.
Pues bien, los signos sensibles que componen el bautismo entre otros son: el agua que representa la vida, en efecto se nos ofrece la vida de la gracia sobrenatural. De ahí que así como celebramos nuestro nacimiento en este mundo, con mayor razón, el cristiano debería conocer el día de su bautismo y celebrarlo con dignidad. Pero el agua es signo de muerte; una crecida arrasa con todo a su paso y así el agua bautismal arrasa con el pecado que pueda haber en nosotros.
La luz es otro de esos signos y representa la iluminación que cada cristiano tiene. Él ha de ser luz del mundo para iluminar y calentar a quienes viven en tinieblas o cuyas almas están frías por el pecado.
El óleo de los catecúmenos y el Santo Crisma. El primero es para fortalecer el alma de aquel que recibirá el agua bautismal y el segundo es para consagrarnos a Dios adentrándonos en la vida intratrinitaria.
Este aceite tiene la particularidad de ser mezclado con ungüento en la misa Crismal. Pues bien, todo cristiano debe esforzarse por ser buen olor de Cristo. Pareciera un contrasentido, pero hay cristianos que “huelen a demonio”…
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