Hoy la Iglesia Católica inicia la Semana Santa con el Domingo de Ramos.
Cada año, el Domingo de Ramos, también llamado Domingo de Pasión, conmemoramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (que significa Ciudad de la Paz) y el anuncio de su pasión.
Litúrgicamente, este día se caracteriza por estar lleno de significado y por la riqueza simbólica que lo envuelve, como son la bendición de las palmas y la procesión hacia el templo. Una vez realizada la procesión, en el templo se hace la lectura del relato de la Pasión durante la celebración de la Santa Eucaristía.
Las palmas se bendicen porque la gente, al recibir a Jesús en la entrada de Jerusalén, tendía mantos y ramas de los arboles sobre el camino para alfombrar el paso, tal como se acostumbraba hacer al saludar a los reyes. Con nuestras palmas le damos la bienvenida al Señor y benditas las conservamos todo el año como recuerdo de su entrada triunfal en nuestra casa.
Hoy se viven dos realidades llenas de emotividad que nos interpelan como cristianos; una en la que nos desbordamos de alegría porque finalmente nos ha llegado nuestro mesías y rey, el que ha de salvarnos. Y, otra realidad llena de dolor cuando recordamos que Jesús va a sufrir por nuestros pecados, morir en la cruz en cumplimiento de la escritura y así, por su muerte y resurrección alcanzarnos la salvación.
Es necesario recordar lo que dijo San Pablo VI, para el cristiano «dolor y alegría no son ya enemigos irreconciliables», porque Cristo nos ama, es nuestra luz y esperanza, aún ante las dificultades de la vida.
Texto: Christiam Alvarez
Diseño: Marcell Campos
Diseño: Marcell Campos
Pastoral de Comunicaciones Parroquia La Resurrección del Señor
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