miércoles, 22 de julio de 2020

Desmitologizando VI

“El castigo divino”



“Si te portas mal Dios te va a castigar”. 

¿Cuántas veces hemos escuchado decir a nuestros viejos esta sentencia? Detrás de ella subyace la contraria: si te portas bien Dios te premiará.

Lo cierto es que a lo largo de nuestra vida se nos ha hecho creer que Dios es un verdugo que está esperando nada más que nos equivoquemos para descargar contra nosotros la espada de Damocles. Crecemos pensando que debemos portarnos bien para no ser castigado y es que el castigo y la reprensión forma parte de la educación con la que nos forman desde pequeños, pero lo lamentable es que nos quedemos en esa idea propia e incompleta del antiguo testamento y no trascendamos a la revelación llevada a su plenitud en Cristo. Tratemos de ahondar en el tema.

1.- Dios castiga a los malos y premia a los buenos.

Pero si es así, ¿Por qué hay gente mala que le pasan cosas buenas y hay gente buena que le pasan cosas malas? Ahora mismo en Venezuela estamos viendo como “disfrutan” los malos y sufre gente inocente como consecuencia de las acciones de los malos.

No faltará quien afirme que las promesas de Dios se cumplen, pero no en esta vida sino en la otra. Algo así como lo que nos narra la parábola de Lázaro y el rico Epulón (Lc. 16, 19) donde pareciera afirmarse que el rico se condena porque disfrutó en este mundo de sus bienes y el otro se salva porque lo único que hizo fue sufrir.

No es mi intención abordar temas profundos que ameriten una dedicación especial, ni abrir puertas que luego no pueda cerrar, solo deseo abordar, de la mejor manera, el llamado castigo divino visto con la mentalidad del hombre de hoy.

2.- La teología de la mera retribución.

En todo esto subyace la cosmovisión semita en la que se afirma que Dios no abandona al justo; “Yo fui joven, y ya soy viejo, y no he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan” (Sal, 37,25) o también la teología de la mera retribución que consiste en creer que si el hombre actúa bien le irá bien en la vida, pero si actúa de mala fe tendrá su merecido también en esta vida.

En Oseas 8,7 se afirma: “quien siembra viento cosecha tempestades”. Lo cierto es que vemos demasiadas injusticias sin castigar en esta vida que, no pocas veces, dudamos de la misma justicia divina.

Nos cuesta entender que “Dios quiere que todos los hombres se salven” (1Tm, 2, 4) y su paciencia es nuestra salvación dirá San Pedro (2Pd. 2,15) Si de nosotros dependiera de seguro no dejaríamos sin castigo a los malos…, cuando pensamos de este modo nos colocamos en el bando de los inocentes o perfectos cuando la verdad es que todos tenemos algo de malo y de bueno. En nuestro corazón crecen al mismo tiempo el trigo y la cizaña.

Nadie es químicamente malo ni bueno. El hecho que haya otros a quienes yo catalogue peores que yo no me hace mejor que ellos. Dirá San Pablo que no somos jueces de nadie (Col. 2,16) sólo Dios lo es.

3.- Dios no castiga, sino que corrige como padre.

Un verdadero padre busca la manera y no escatima esfuerzos para que su hijo se enmiende. Eso que entre nosotros llamamos castigo no lo podemos aplicar sin más a Dios a no ser que sea no más que un antropomorfismo (aplicar a Dios actitudes humanas).

El castigo lleva consigo una carga de ira y de venganza que en Dios no podría existir. El castigo no siempre busca hacer que la persona se corrija sino muchas veces pretende descargar en el otro la furia de nuestras propias frustraciones. 

En Dios lo que existe es corrección y ella nace del amor y del deseo de ayudar a quien se ha equivocado. Es verdad que “ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella” (Hb, 12, 11ss) pero depende de nosotros ser lo suficientemente maduros para darnos cuenta lo mucho que Dios nos ama y lo manifiesta a través de sus correcciones.

4.- Nos castigamos a nosotros mismos.

A veces lo que nos pasa no es más que las consecuencias o el fruto de nuestras malas decisiones. El hombre goza de libertad y por eso mismo es responsable, es decir, tiene capacidad de dar respuestas de sus acciones. Todo lo que hacemos tiene consecuencias para bien o para mal.

Existen cosas malas que nos pasan porque no sabemos administrar nuestra libertad. Dios no es culpable de que alguien caiga en las drogas o termine con SIDA o que nos convirtamos en asesinos; no está bien achacar a Dios las cosas malas que nos pasan y que son consecuencias de nuestras malas acciones. En todo caso siempre tendremos de parte Suya la posibilidad de ser perdonados, así como de resarcir el daño que hemos causado y volver a entrar en comunión con él.

5.- Hacer el mal no es rentable. 

Independientemente de “lo bien” que se lo pasan los que obran el mal, estoy convencido que hacer daño jamás podrá hacer feliz a alguien. Independientemente de si en este mundo se pague el mal que aquí se hace o no, estoy seguro que no se puede vivir en paz mientras otros sufran por mis injusticias. Ya sea que me cobren el mal realizado en este mundo o no, no hay nada como vivir con la conciencia tranquila y el juicio sereno de saber que cuanto me comí me lo gané de modo honrado y cuanto disfruté no se lo robé a nadie.

No hay como poder andar por la vida sintiendo el respeto y el cariño de las personas a quienes hice el bien, pero por otro lado, qué triste es tener que vivir en una zozobra por no saber cuándo me maldecirán o me despreciarán por el daño que he causado a los demás.

Pbro. David Miguel Trujillo

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