Esta parábola es muy rica en contenido y de ella se pueden sacar muchas enseñanzas:
1.- Introducción
Resaltan varias cosas interesantes en esta parábola: la primera de ellas es la generosidad del dueño de la viña que está dispuesto a darle al último lo mismo que al primero. No comete ninguna injusticia contra los primeros ya que, tal y como lo afirma la misma parábola, ellos habían acordado un denario por jornada (dicho sea de paso, un denario por jornada también muestra la generosidad del dueño). El pago representa la salvación que Dios nos ofrece. Es decir, la salvación la ofrece Dios a todos por igual. Lo otro que llama la atención es la insistencia con la que el dueño va a buscar él mismo jornaleros que estén dispuestos a trabajar en la viña. Se presenta como una persona diligente que no escatima esfuerzo ni recursos a la hora de encontrar trabajadores para su viña. En ella no todos pueden hacer lo mismo, pero de seguro todos pueden hacer algo.
2.- La viña es nuestra vida
La viña la representan varias realidades. De principio es cualquier realidad en la que somos invitados a trabajar. Puede ser nuestra propia vida, nuestra familia, nuestro país o nuestra Iglesia.
El que seamos llamados a lo largo del día a trabajar en ella significa que mientras estemos vivos podemos empezar de nuevo cuando así lo decidamos.
Mientras sea de día (mientras tengamos vida en este mundo) podemos hacer algo que transforme la viña. Ahora bien, en ella se puede regar con el agua del consuelo a las plantas agostadas por el calor de los problemas o el bochorno de las crisis que surgen; hay quienes pueden arrancar las malas hierbas del odio, el resentimiento o la envidia que se van acumulando alrededor de las plantas; de seguro habrá necesidad de vigilantes que puedan cuidar a la viña de los agentes tóxicos que quieran robar los frutos que otros han trabajado; son importantes los controles de calidad que estén atentos a mejorar el producto de la viña…, en fin, cada quien tiene un puesto de utilidad en la viña del Señor.
3.- Dios es el único dueño y señor de la viña
Siempre que puedo hablo sobre nuestra condición de administradores. Nosotros no somos dueño de nada. Todo lo que decimos que es nuestro lo hemos recibido de Dios.
Tampoco somos meros empleados o asalariados. Tenemos parte en la heredad recibida por Dios. Ahora bien, en la parábola hay un momento en el que se le interpela al dueño el que haya pagado lo mismo a todos cuando no todos trabajaron igual.
El amo de la viña declara que Él está en el derecho de hacer con lo suyo lo que le plazca. Y es que nadie puede reclamarle a Dios su modo de actuar. Él no tiene que responder de sus acciones a nadie. No comete ninguna injusticia cuando decide pagarles a todos los obreros el mismo jornal. En todo caso hace uso de su poder libérrimo.
A veces nos atrevemos reclamarle a Dios las cosas que nos parecen injustas como si Él fuera el culpable de la maldad del hombre. En todo caso recordemos que sí es el dueño absoluto de todo cuanto existe. Un dueño que no actúa de modo despótico o caprichoso.
En la mente divina todo tiene un propósito, aunque nos cueste reconocerlo. Aquello que consideramos injusto en Dios (como perdonar al pecador arrepentido) no es más que manifestación de su amor misericordioso.
4.- Nos molestamos por las cosas buenas que les pasan a los demás
Esa es la otra idea en la que quiero detenerme. Hay gente que se molesta porque a otros les pasan cosas buenas o hay quienes se enojan porque otros son buenos.
El ser buenos a veces nos granjea la descalificación de los demás. No seamos así nosotros.
Que no se alberguen en nuestros corazones resentimientos o envidias contra nadie. Si no queremos ser luz no tratemos de evitar que los demás lo sean.
La idea es que contagiemos a los malos de la bondad de Dios y no que nos dejemos contaminar por la maldad de quienes solo albergan rencor en sus corazones.
La felicidad de los otros ha de ser la nuestra y seremos más felices en la medida en que procuremos la verdadera felicidad de quienes nos rodean.
Pbro. David Trujillo.
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