martes, 20 de octubre de 2020

Un cura sufre de Corona Virus 3 - Volví a vivir



Para los cristianos el domingo es un día de fiesta porque es el día del Señor (eso significa la palabra domingo); es día de encuentro con Dios y con el hermano y es en la Eucaristía dominical, fiesta de las fiestas, en donde se nos da a comer el pan de la Palabra de Dios y el Cuerpo y la Sangre de Cristo; es ahí donde nos encontramos con los hermanos a quienes no hemos visto a lo largo de la semana, ése día sentimos recargar las fuerzas. Aquel domingo algo ocurrió, pero volví a la vida. Ya mi respiración era casi normal; no me cansaba tanto al ir al baño ni me daban episodios de tos cuando hacía algún pequeño esfuerzo, la saturación de la sangre y los resultados de la hematología eran aceptables.

Siempre pensé que la ventana que había en mi habitación era la del baño del vecino y por eso jamás se me ocurrió abrirla. A veces en las madrugadas veía que se iluminaba y había ruidos propios de un baño, (supongo que a eso se debía el pensar que era el baño del vecino). Pero ese domingo me armé de valor y sin importar lo que me pudiera encontrar abrí la ventana y cual sería mi sorpresa cuando vi un pasillo que daba a la calle y por donde se colaban algunos rayos de sol. A partir de ahí ya no volví a cerrarla. La habitación del vecino estaba al lado y su ventana también daba a dicho pasillo. Era de mañana y ver la luz del sol iluminó mi alma. Ya habían pasado varios días encerrados y me estaba desesperando. Pero ese día, el día del Señor, volví a sentir ganas de vivir. Recuerdo que ese fue el último día en que me hicieron uno de los exámenes más dolorosos que formaban parte de la rutina diaria. Consiste en tomar una muestra de sangre en las arterias ubicadas en las muñecas para medir los gases del oxígeno del cuerpo. Daba la impresión que usaban un bisturí más que una aguja. A partir de aquel día ya no hubo necesidad de seguir tomándola.

Hacia el mediodía me hicieron un tratamiento con ozono que resultó ser muy reconfortante. Ya lo peor había pasado; se abría frente a mí una nueva oportunidad que estaba dispuesto a aprovechar. Mi amigo el doctor me visitó aquella mañana dándome los pormenores de mis parroquianos. Vino a “negociar” mi salida de la clínica. Luego de leerme la cartilla sobre esta terrible enfermedad y hacer hincapié en las repercusiones de una recaída, acordamos que me daría de alta el martes siguiente (yo hubiera preferido el lunes pero mi capacidad de persuasión no resultó muy eficiente). Al menos ya tenía fecha del alta médico y eso era un logro.

El lunes transcurrió todo él sin mayores novedades; se repitió la sesión con el ozono y ya las pruebas dolorosas no eran necesarias. Estaba ansioso esperando el momento en que al fin podría salir de aquel lugar. Una de las condiciones para que me dieran de alta era que seguiría con el tratamiento endovenoso desde el calor de mi casa (algo así de casa por cárcel). Dicho tratamiento seguiría por algunos días más. Yo creo que hubiera aceptado lo que me propusieran con tal de salir. Por supuesto que también hubo restricciones de visitas y que debían guardarse las debidas normas de higienes para evitar contagiar a otros y especialmente para evitar tener una recaída. Se siguieron las instrucciones del doctor al pie de la letra (solo al final hubo cierta distención en torno a algunas visitas porque eso creo que también forma parte de la terapia para sanar). Mi hermana se quedó durante las noches y una gran amiga me “vigilaba” durante el día. Ambas se esforzaron por atenderme y consentirme.

De todo esto hace ya más de un mes y, aunque aún no estoy del todo restablecido (los que conocen de la materia dicen que la convalecencia puede durar hasta tres meses) ya he retomado algunas obligaciones pastorales (siempre con la asesoría médica) y siento que cada día vuelven las fuerzas.

Son muchas las cosas que aprendí de esta experiencia. Lamento haber causado tanta angustia en aquellos que me aman. Si de mí hubiera dependido les hubiera evitado el mal momento. No es culpa de nadie el haberme contagiado. Por eso se llama pandemia porque se va propagando sin poder evitarse. Durante los meses que siguen serán muchos quienes se contagien. Hagamos lo posible por evitarlo y tratemos de cuidarnos y cuidar a quienes amamos, especialmente a los más vulnerables (ancianos y personas con ciertas condiciones de salud que los convierten en agentes de riesgo)

Si esta enfermedad salió de un laboratorio no hace más que confirmar hasta dónde puede llegar la maldad en el hombre. No quiero pensar que se hizo para controlar la población mundial y menos aún por razones étnicas. No existe nada que justifique inventar algo como esto. A veces pareciera que la maldad del hombre no tiene límite. Ya lo hemos visto en nuestra historia con las guerras mundiales y las catástrofes terroristas que se han dado. Yo quiero pensar que el amor tiene mayor fuerza y que aún prevalece en la mayoría de los seres humanos. Además, estoy convencido que Dios puede sacar cosas buenas de nuestras cosas malas y que de todo esto saldremos más fortalecidos. Aprendamos la lección para que cosas como estas no ocurran en vano.

Oración.

Dios omnipotente y eterno, mira con ojos de misericordia a quienes hacen el mal. Hazles ver las consecuencias de sus acciones y ablándales el corazón para que pongan al servicio del bien y no de la maldad todas sus capacidades; consuela a quienes se han sentido agobiados por esta pandemia y ayúdanos a salir con bien de todo esto. Apiádate de modo especial de quienes se han esforzado por encontrar la cura del covid -19 y a quienes han muerto víctima de esta enfermedad dale tu paz y tu perdón. Amén


Pbro. David Trujillo.

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