miércoles, 11 de noviembre de 2020

Fratelli Tutti: Un grito de esperanza del Papa Francisco para todo el mundo

Cuando escuché hablar de esta encíclica pensé que se podría clasificar dentro de la Doctrina Social de la Iglesia. De hecho, habla de Fraternidad y Amistad Social. Ahora que la he leído veo que, por su contenido y estilo trasciende las encíclicas sociales a las que estamos acostumbrados. No obstante, aborda con profundidad los grandes temas que ellas tocaron en su tiempo, tales como: el trabajo, el salario, las diferencias existentes entre ricos y pobres…; por otro lado, pensé que de seguro hablaría de ecología ya que el Papa Francisco se ha caracterizado por ser “un Papa Verde”. No en vano lleva el nombre del Poverello de Asís que es el patrón de la ecología. Además, la encíclica se firma precisamente en la ciudad de Asís en vísperas de la fiesta del santo. Sin embargo, pocas veces utiliza la palabra ecología, aunque continuamente aborda el tema ecológico con maestría y hace continuamente referencias a la primera de sus encíclicas Laudato Si. En definitiva esta es una carta encíclica que, al igual que el escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas. (Mt. 13, 51ss)

Esta Carta Encíclica nos ofrece un paseo guiado por temas que hoy afectan a la humanidad y nos invita a todos los hombres sin distinción de ningún tipo a mirar juntos hacia el mismo sentido y a descubrir realidades diversas pero complementarias. El Papa quiere no solo que nos conozcamos, sino además que nos “reconozcamos” como hermanos. Esa dimensión universal que San Francisco le daba a sus mensajes lo asume el Papa en su lenguaje. Para el Santo de Asís, hermano era no solo nuestro semejante y los animales, sino que incluso los seres sin vida orgánica como el sol y la luna participaban de su fraternidad.

A lo largo del texto va desarrollando sus ideas teniendo de trasfondo la parábola del Buen Samaritano (Lc.10,25) en la que nos recuerda acertadamente que la meta no es tanto que yo reconozca en el otro a mi prójimo, sino que el otro encuentre en mí a su prójimo. Es decir que, prescindiendo de categorías y distinciones humanas, podamos nosotros salir al encuentro de quien necesita ser atendido o socorrido; que pueda apartar al menos parte de mi tiempo para encontrarme con la realidad del otro. De ahí que se recalque la cultura del encuentro. La fraternidad es el camino que nos propone el Papa Francisco para transitar por esta vida de modo constructivo; para realizarnos como personas. Nos invita a caminar ligeros de equipajes; a pensar menos en nuestras propias necesidades y más en las de los que nos acompañan o con quienes nos topamos en nuestro diario caminar. Quiere el Papa que “salgamos” (continuamente nos está hablando de una Iglesia en salida) de nuestra zona de confort para que, reconociendo al otro podamos construir un mundo mejor. Nos invita a toda la humanidad a ser parte de este hermoso sueño.

Son tan variados y complicados los problemas mundiales que nos envuelven que a veces perdemos la perspectiva y la objetividad. Nos encerramos de modo egoísta en nuestros pequeños grupos o en nuestros mismos de modo que obviamos lo esencial o lo que verdaderamente es importante. Esta encíclica es un canto a la esperanza; un grito que debe interpelar nuestras conciencias aletargadas.

Quiera Dios y su santísima Madre nos ayuden a despertar y a reavivar el amor por los otros y por lo “otro”.


Pbro. David Trujillo

martes, 27 de octubre de 2020

Un cura sufre de Corona Virus 4 - De aquí y de allá


En mis artículos anteriores he tratado de describir, según la memoria me lo ha permitido, mi experiencia sobre el covid-19. Con este artículo solo pretendo cerrar este ciclo por lo cual quisiera recoger algunas ideas que se me han podido quedar en el camino..


1.- ¿A cuántos más?

Es ahora cuando en Venezuela estamos viendo los embates de este virus. Hasta no hace mucho tiempo y posiblemente por la politización del problema, muchos desconocíamos (y aún ahora desconocemos en su gran mayoría) la gravedad que encierra. A estas alturas es innegable la cantidad de contagiados y de fallecidos. He visto contagiar hermanos y amigos después de mí y he visto partir a grandes amigos; estamos al tanto de las defunciones que ha habido dentro del gremio de la salud. Es inevitable que nos preguntemos: ¿Cuántos más se irán como consecuencia de esta enfermedad? Porque no es solo el hecho de perder a un ser querido, es además las implicaciones que eso conlleva y lo traumático del proceso. Desde que se declara la enfermedad no hay más que angustia y desesperación tanto del contagiado como de sus familiares y amigos. De ocurrir el deceso siempre se pensará en que los últimos momentos de la vida de aquella persona las pasó solo y “abandonado” a su suerte. Pero eso no termina ahí, luego viene el “protocolo” de la sepultura. Uno que ha muerto de Corona Virus no puede recibir cristiana sepultura (para quienes profesamos la fe cristiana). Ni siquiera se le puede despedir como dictan nuestras tradiciones. Hay que conformarse con algunas concesiones que, en condiciones normales, sería lo mínimo que haríamos por nuestros difuntos, pero que ahora para poderlas llevar a cabo no pocas veces hay que pagar o sobornar a quienes están como responsables del entierro. En fin, hay que rogarle a Dios que alguien se compadezca o se preste para el soborno. Definitivamente pareciera que todo esto a no pocos ha deshumanizado.


2.- Un consuelo en medio de tanto dolor.

Una de las cosas que más me llama la atención de esta enfermedad es que su incidencia en los niños es casi nula. Entre los jóvenes es mayor que la que existe en los infantes, aunque sigue siendo poca en comparación con los adultos. No quisiera imaginar el dolor que habría si tuviéramos que ver morir en masa a niños y jóvenes de la misma manera en que mueren nuestros adultos mayores. Pero paralelamente a esto hay que reconocer que la pandemia no distingue entre ricos y pobres. Aunque al pobre se la hace cuesta arriba poder palear la situación, han sido muchos los que, teniendo dinero, igual han sufrido los desenlaces fatales del covid-19.


3.- Lo seguro es que nada es seguro.

Esta enfermedad ha sido algo inédito. Si hace un año atrás nos hubieran dicho lo que pasaría; si al menos Dios nos hubiera avisado se hubiera podido tomar ciertas previsiones. Pero no fue así, se ha tenido que aprender en el camino. Llama la atención la cantidad de opiniones “científicas” que han surgido en los últimos meses. Desde el descubrimiento de la vacuna hasta los más variados remedios caseros. Todos nos creemos con derecho de opinar en esta vorágine de situaciones desconcertantes. Quiera Dios nos permita dar con la vacuna lo antes posible. Mientras eso ocurre hay que reconocer que el virus se seguirá propagando y que no existe

forma ni manera absolutamente segura por la cual no seamos contaminados o que contaminemos a otros.


4.- Sacar lo mejor de nosotros mismos es nuestra mejor opción.

Dicen que durante los momentos difíciles las personas sacan lo mejor o lo peor que tienen. Quizá se deba a que lo malo resalta más que lo bueno, pero lo que más parece abundar en estos momentos de desesperación y lo que más sobresale es la miseria humana de quienes no pierden la oportunidad de sacar partido de la desgracia ajena. Están aquellos que especulan con las medicinas y aumentan los precios de manera grosera y escandalosa. No existe justificación alguna para que durante este tiempo sea cuando más se explote al que menos tiene. Peores son quienes se prestan para sobornos (comúnmente en divisas) para hacer concesiones que, en condiciones normales representan un derecho de la persona. Algo tan humano como ser sepultado con dignidad o poder contar a precios módicos la medicinas que se necesitan en estos tiempos difíciles. No se respeta el dolor ajeno; pareciera haberse extinguido la humanidad en aquellos que son insensibles ante la desgracia de los demás. Me pregunto si ellos están exentos de padecer aquello que ven padecer a los demás.


5.- ¿Y luego qué?

Dicen que de todo cuanto ocurre debemos sacar alguna enseñanza. Es mucho lo que podemos aprender de esta situación. No dudo que muchos desaprovechen la oportunidad o que al poco tiempo olviden el trago amargo que les hizo pasar el covid-19. Pero ciertamente que el mundo ya no volverá a ser el mismo. Se impone un nuevo orden mundial. Hay quienes hablan de una nueva normalidad. Desearía que la humanidad sea más solidaria y que se suscite un nuevo sentido de pertenencia con respecto a la naturaleza. No somos dueño de ella, solo somos administradores y si algo le debemos es la responsabilidad de cuidarla como el pastor cuida del rebaño, aunque de él se alimente y de él se sirva para vestirse. Desearía que la nueva humanidad tuviera capacidad de admiración por el entorno; que se deleite en el medio ambiente y descubriera a su Creador en la criatura. El Papa Francisco nos ha invitado en su encíclica Fratelli Tutti a “dar un salto hacia una forma nueva de vida y a que descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros…”


Oración

Dios Padre eterno que miras siempre con ojos de misericordia a tus criaturas y de modo especial a quien has hecho a tu imagen y semejanza, te suplicamos envíes tu Espíritu y que junto a tu divino Hijo Jesucristo nos veamos libres de los peligros que surgen de nuestro propio interior como lo son el egoísmo y el oportunismo; la deshumanización y el endurecimiento de nuestros corazones. Danos la gracia de sobreponernos a las dificultades para que salgamos más fortalecidos de ellas y nos acerquemos más a Ti.

Amén.


Pbro. David Trujillo

martes, 20 de octubre de 2020

Un cura sufre de Corona Virus 3 - Volví a vivir



Para los cristianos el domingo es un día de fiesta porque es el día del Señor (eso significa la palabra domingo); es día de encuentro con Dios y con el hermano y es en la Eucaristía dominical, fiesta de las fiestas, en donde se nos da a comer el pan de la Palabra de Dios y el Cuerpo y la Sangre de Cristo; es ahí donde nos encontramos con los hermanos a quienes no hemos visto a lo largo de la semana, ése día sentimos recargar las fuerzas. Aquel domingo algo ocurrió, pero volví a la vida. Ya mi respiración era casi normal; no me cansaba tanto al ir al baño ni me daban episodios de tos cuando hacía algún pequeño esfuerzo, la saturación de la sangre y los resultados de la hematología eran aceptables.

Siempre pensé que la ventana que había en mi habitación era la del baño del vecino y por eso jamás se me ocurrió abrirla. A veces en las madrugadas veía que se iluminaba y había ruidos propios de un baño, (supongo que a eso se debía el pensar que era el baño del vecino). Pero ese domingo me armé de valor y sin importar lo que me pudiera encontrar abrí la ventana y cual sería mi sorpresa cuando vi un pasillo que daba a la calle y por donde se colaban algunos rayos de sol. A partir de ahí ya no volví a cerrarla. La habitación del vecino estaba al lado y su ventana también daba a dicho pasillo. Era de mañana y ver la luz del sol iluminó mi alma. Ya habían pasado varios días encerrados y me estaba desesperando. Pero ese día, el día del Señor, volví a sentir ganas de vivir. Recuerdo que ese fue el último día en que me hicieron uno de los exámenes más dolorosos que formaban parte de la rutina diaria. Consiste en tomar una muestra de sangre en las arterias ubicadas en las muñecas para medir los gases del oxígeno del cuerpo. Daba la impresión que usaban un bisturí más que una aguja. A partir de aquel día ya no hubo necesidad de seguir tomándola.

Hacia el mediodía me hicieron un tratamiento con ozono que resultó ser muy reconfortante. Ya lo peor había pasado; se abría frente a mí una nueva oportunidad que estaba dispuesto a aprovechar. Mi amigo el doctor me visitó aquella mañana dándome los pormenores de mis parroquianos. Vino a “negociar” mi salida de la clínica. Luego de leerme la cartilla sobre esta terrible enfermedad y hacer hincapié en las repercusiones de una recaída, acordamos que me daría de alta el martes siguiente (yo hubiera preferido el lunes pero mi capacidad de persuasión no resultó muy eficiente). Al menos ya tenía fecha del alta médico y eso era un logro.

El lunes transcurrió todo él sin mayores novedades; se repitió la sesión con el ozono y ya las pruebas dolorosas no eran necesarias. Estaba ansioso esperando el momento en que al fin podría salir de aquel lugar. Una de las condiciones para que me dieran de alta era que seguiría con el tratamiento endovenoso desde el calor de mi casa (algo así de casa por cárcel). Dicho tratamiento seguiría por algunos días más. Yo creo que hubiera aceptado lo que me propusieran con tal de salir. Por supuesto que también hubo restricciones de visitas y que debían guardarse las debidas normas de higienes para evitar contagiar a otros y especialmente para evitar tener una recaída. Se siguieron las instrucciones del doctor al pie de la letra (solo al final hubo cierta distención en torno a algunas visitas porque eso creo que también forma parte de la terapia para sanar). Mi hermana se quedó durante las noches y una gran amiga me “vigilaba” durante el día. Ambas se esforzaron por atenderme y consentirme.

De todo esto hace ya más de un mes y, aunque aún no estoy del todo restablecido (los que conocen de la materia dicen que la convalecencia puede durar hasta tres meses) ya he retomado algunas obligaciones pastorales (siempre con la asesoría médica) y siento que cada día vuelven las fuerzas.

Son muchas las cosas que aprendí de esta experiencia. Lamento haber causado tanta angustia en aquellos que me aman. Si de mí hubiera dependido les hubiera evitado el mal momento. No es culpa de nadie el haberme contagiado. Por eso se llama pandemia porque se va propagando sin poder evitarse. Durante los meses que siguen serán muchos quienes se contagien. Hagamos lo posible por evitarlo y tratemos de cuidarnos y cuidar a quienes amamos, especialmente a los más vulnerables (ancianos y personas con ciertas condiciones de salud que los convierten en agentes de riesgo)

Si esta enfermedad salió de un laboratorio no hace más que confirmar hasta dónde puede llegar la maldad en el hombre. No quiero pensar que se hizo para controlar la población mundial y menos aún por razones étnicas. No existe nada que justifique inventar algo como esto. A veces pareciera que la maldad del hombre no tiene límite. Ya lo hemos visto en nuestra historia con las guerras mundiales y las catástrofes terroristas que se han dado. Yo quiero pensar que el amor tiene mayor fuerza y que aún prevalece en la mayoría de los seres humanos. Además, estoy convencido que Dios puede sacar cosas buenas de nuestras cosas malas y que de todo esto saldremos más fortalecidos. Aprendamos la lección para que cosas como estas no ocurran en vano.

Oración.

Dios omnipotente y eterno, mira con ojos de misericordia a quienes hacen el mal. Hazles ver las consecuencias de sus acciones y ablándales el corazón para que pongan al servicio del bien y no de la maldad todas sus capacidades; consuela a quienes se han sentido agobiados por esta pandemia y ayúdanos a salir con bien de todo esto. Apiádate de modo especial de quienes se han esforzado por encontrar la cura del covid -19 y a quienes han muerto víctima de esta enfermedad dale tu paz y tu perdón. Amén


Pbro. David Trujillo.

martes, 6 de octubre de 2020

Un cura sufre de Corona Virus 2 - La Noche Oscura del Alma


Fueron momentos críticos los que viví en mi convalecencia. Llegué a pensar que tendría un desenlace fatal. Me vi a mí mismo caminar por el umbral de la muerte. Durante esos días tuve tiempo de sobra para pensar en tantas cosas…, quien me conoce sabe que soy hiperactivo y entre otras cosas pensé que debería llevar la vida con calma.

A mi edad ya las cosas tienen otro matiz; no soy el joven de 25 años que salió del seminario con ganas de comerse el mundo. Tampoco soy el anciano que ya está masticando el agua, pero creo que debo “disfrutar” más de lo que hago y preocuparme menos de la cantidad de cosas que realizo.

En esos días entendí que biológicamente, la vida se reduce a una sola cosa: “respirar”. Sería precisamente porque se me estaba haciendo cada vez más difícil respirar y el sentir que se me iba la vida me hizo pensar así.

Hoy cuando respiro lo disfruto; lleno mis pulmones con aire y le agradezco a Dios la posibilidad de hacerlo y también pienso en quienes están como yo estuve y oro por ellos.

Es curioso que nuestro organismo trabaja en silencio y no nos damos cuenta hasta que alguno de ellos empieza a fallar. Nadie se percata del corazón que tiene hasta que se detiene o de la importancia de sus pulmones hasta que se le imposibilita poder respirar.

Estamos tentados a dejarnos llevar por un mundo que quiere pensar por nosotros y que nos invita a poner nuestra atención en cosas sin importancia. Esta enfermedad me ayudó a valorar lo que en verdad es importante, aunque pase desapercibido la mayoría de las veces.

Cada día había todo un protocolo de actuación para quienes estábamos recluidos por covid-19. Nos tomaban las muestras de sangre para los exámenes respectivos; nos hacían la placa de rayos X y nos suministraban las medicinas respectivas; desde muy temprano desfilaban por la habitación el personal médico y paramédico con sus respectivas indumentarias haciendo de manera muy profesional su trabajo.

Quisiera aquí agradecer la labor que estos hermanos nuestros prestan desinteresadamente y con tanta dedicación. Hoy siento que son héroes anónimos que poco valoramos y a quienes muchos le debemos la vida.

En Venezuela desde que empezó esta situación de pandemia han sido muchos los profesionales de la medicina que han sido contagiado por esta terrible enfermedad y han pedido la vida. Que Dios les conceda la paz eterna a quienes murieron por tratar de darle la salud a sus hermanos.

Como decía en el primer artículo, en esta enfermedad todo conspira en tu contra y como nada está escrito, sino que todo es novedoso estoy seguro que con el tiempo se tomarán mediadas para hacer menos gravosa la situación del enfermo. 

Una de esas cosas en mi caso fue la imposibilidad de poder leer o rezar mi breviario. En los primeros días porque no podía ni levantarme de la cama sin que me diera una crisis respiratoria, pero luego porque no te dan ganas de hacerlo. Apenas podía rezar el santo rosario sin emitir voz alguna y orar en mi interior.

Ofrecía a Dios aquella situación por quienes llevo dentro de mi corazón. Recuerdo haber tenido muy presente a mi diócesis, a mi parroquia, a las vocaciones y especialmente a mis hermanos sacerdotes.

Supongo que como se respira poco y mal, no se oxigena bien el cerebro por lo que no se puede llevar de modo exhaustivo un récord de lo que acontece. Solo tengo una leve idea de lo que me pasó esos días pero son imágenes borrosas y llenas de confusión.

Perdí la noción del tiempo entre otras cosas porque estaba encerrado en una habitación en la que no veía la luz del sol y en la que difícilmente podía pararme siquiera para ir al baño. Recuerdo que el sábado me sentí abrumado. Aquellas paredes se me venían encima. Fue una sensación que nunca había experimentado antes. Sentí que tocaba fondo; me sentí deprimido.

Fue en ese momento cuando entendí las palabras de Jesús en la cruz: “¿Padre, por qué me has abandonado?”. No era un mero abandono ni efecto de la soledad o el aislamiento; era más bien un desamparo total y absoluto en el que me sumergía inexorablemente. Como cuando te hundes en el abismo y no logras tocar tierra; sentí que caía y nada podía detener mi caída, pero con el agravante de que conmigo se hundía toda mi vida.

Haciendo luego una reflexión sobre aquel sábado creo que tiene que ver con lo que algunos describen como la noche oscura del alma. Yo apenas lo experimenté unos minutos y sentía morir, no quisiera pensar en lo que otros han experimentado por largo tiempo.


Oración.

Mi Señor Jesús, médico de los cuerpos y de las almas, quisiera pedirte por todos aquellos que se han dedicado a prolongar tu acción misericordiosa ejerciendo la digna profesión de la medicina; médicos y enfermeros. Cuídalos a ellos de ser contagiados por alguna enfermedad peligrosa; guíalos a la hora de tomar una decisión que afecte a sus pacientes y a quienes durante este tiempo de pandemia han muerto, dales el descanso eterno.

Amén.


Pbro. David Trujillo

miércoles, 30 de septiembre de 2020

Un cura sufre de Corona Virus

Me contagié de Covid-19

Este es el primero de varios artículos en los que deseo compartir mi experiencia. Una experiencia que no desearía repetir jamás y que desearía nadie sufriese. Me contagié de Covid-19. No sé dónde ni cómo. Lo cierto es que nadie está exento de ser contagiado y por los vientos que soplan serán muchos quienes en los próximos meses contraigan la enfermedad. No todos la padecen del mismo modo. Hay quienes incluso ni síntoma tendrán, pero otros en cambio parecen ser objeto de ensañamiento de esta terrible pandemia. Espero ayudar con mi experiencia a quienes lean estas líneas.

En lo personal siempre estuve consciente del peligro que encierra contraer el covid-19 y traté de cuidarme de no ser contagiado y menos contagiar a otros. Así que en cuanto tuve los primeros síntomas fui a que me pusieran un tratamiento. Parece que no fue suficiente…, me fui deteriorando hasta que un doctor amigo me aconsejó hospitalizarme.

Para ese momento no estaba consciente de la magnitud del problema que me aquejaba. En un principio rechacé la idea de hospitalizarme, pero el sentido común y los buenos oficios de este médico, una amiga y mi hermana me convencieron de su conveniencia.

A Dios gracias, a principio de año conseguí un seguro médico que cubría una buena cantidad de dinero. Así que, motivado más por mi asesor de seguro (otro parroquiano) que por convicción propia, hice el sacrificio y lo compré. Sin eso hubiera sido cuesta arriba poder recluirme en una clínica. A veces son esos sacrificios los que nos salvan la vida. Es curioso que mucho se gasta en tonterías y que valoramos poco lo que podría en verdad ayudar. Cuando se trata de la salud propia o de los nuestros no debemos escatimar en gastos.

Con esta enfermedad no existe nada escrito. Rompe los esquemas de lo que hasta ahora se ha vivido. Cuando nos hospitalizan siempre se permite uno o dos acompañantes. El enfermo en su estado siempre requiere de la compañía de alguien que le ayude. Hasta psicológicamente es importante contar con la cercanía de alguien.

Pues bien, el covid-19 ni siquiera eso nos permite. Esa noche me despedí y quienes estaban ahí lo hicieron con la nostalgia de la incertidumbre de no saber si nos volveríamos a ver ya que desde el comienzo se nos dijo que estaría aislado. 

Muchos han sido los que ese ha sido su último encuentro. Cuantas cosas quedan por decir a quienes se alejan o a quienes dejamos en ese momento.

Agradezco a Dios que hoy se cuente con teléfonos celulares. Eso me mantenía comunicado con el mundo exterior. Podía escribir mensajes cortos y mantener informados a familiares y amigos.

Me fui deteriorando al punto de casi no poder hablar; se me dificultaba respirar normal por lo cual me pusieron oxígeno. Esa misma noche empezó el tratamiento endovenoso. Consistía principalmente en un retroviral cuyo precio me enteré después oscilaba entre los 200 a 400 dólares.

Por iniciativa de mis parroquianos se hizo un flyer solicitando ayuda económica, pues de otra manera difícilmente se hubiera podido conseguir.

Una gran amiga que es médico prestó las dos primeras, el resto se donaron o se compraron con el dinero recaudado. Lo cierto fue que, en poco tiempo ya se tenía todo el tratamiento.

Bendigo a todos mis bienhechores por su generosidad. Creo que a partir de ese flyer muchos se enteraron de lo que me estaba pasando y empezó una cadena de oración por mi pronta recuperación.

Mi familia y el resto de mis amigos se activaron y fueron muchas las manifestaciones de cariño a través de los mensajes que recibía por el celular. En medio de mi gravedad ya Dios se estaba manifestando a través de ustedes.


Oración

Señor, Tú eres el médico de los cuerpos y de las almas. Te ruego por quienes son o serán contagiados de covid-19. Sé su consuelo en esos momentos de angustia; sé su apoyo en su tribulación y sé el bálsamo que alivie su respiración. Permite que te descubran en su dolor y ya que Tú sufriste más por nosotros ayúdanos a unir nuestros sufrimientos al tuyo de modo que podamos contribuir en algo a la redención que solo Tú has llevado a cabo.

Amén.

Pbro. David Trujillo

jueves, 17 de septiembre de 2020

Ideas Parabólicas IV - Parábola de los obreros de la viña



Esta parábola es muy rica en contenido y de ella se pueden sacar muchas enseñanzas:


1.- Introducción

Resaltan varias cosas interesantes en esta parábola: la primera de ellas es la generosidad del dueño de la viña que está dispuesto a darle al último lo mismo que al primero. No comete ninguna injusticia contra los primeros ya que, tal y como lo afirma la misma parábola, ellos habían acordado un denario por jornada (dicho sea de paso, un denario por jornada también muestra la generosidad del dueño). El pago representa la salvación que Dios nos ofrece. Es decir, la salvación la ofrece Dios a todos por igual. Lo otro que llama la atención es la insistencia con la que el dueño va a buscar él mismo jornaleros que estén dispuestos a trabajar en la viña. Se presenta como una persona diligente que no escatima esfuerzo ni recursos a la hora de encontrar trabajadores para su viña. En ella no todos pueden hacer lo mismo, pero de seguro todos pueden hacer algo.


2.- La viña es nuestra vida

La viña la representan varias realidades. De principio es cualquier realidad en la que somos invitados a trabajar. Puede ser nuestra propia vida, nuestra familia, nuestro país o nuestra Iglesia.

El que seamos llamados a lo largo del día a trabajar en ella significa que mientras estemos vivos podemos empezar de nuevo cuando así lo decidamos.

Mientras sea de día (mientras tengamos vida en este mundo) podemos hacer algo que transforme la viña. Ahora bien, en ella se puede regar con el agua del consuelo a las plantas agostadas por el calor de los problemas o el bochorno de las crisis que surgen; hay quienes pueden arrancar las malas hierbas del odio, el resentimiento o la envidia que se van acumulando alrededor de las plantas; de seguro habrá necesidad de vigilantes que puedan cuidar a la viña de los agentes tóxicos que quieran robar los frutos que otros han trabajado; son importantes los controles de calidad que estén atentos a mejorar el producto de la viña…, en fin, cada quien tiene un puesto de utilidad en la viña del Señor.


3.- Dios es el único dueño y señor de la viña

Siempre que puedo hablo sobre nuestra condición de administradores. Nosotros no somos dueño de nada. Todo lo que decimos que es nuestro lo hemos recibido de Dios. 

Tampoco somos meros empleados o asalariados. Tenemos parte en la heredad recibida por Dios. Ahora bien, en la parábola hay un momento en el que se le interpela al dueño el que haya pagado lo mismo a todos cuando no todos trabajaron igual.

El amo de la viña declara que Él está en el derecho de hacer con lo suyo lo que le plazca. Y es que nadie puede reclamarle a Dios su modo de actuar. Él no tiene que responder de sus acciones a nadie. No comete ninguna injusticia cuando decide pagarles a todos los obreros el mismo jornal. En todo caso hace uso de su poder libérrimo.

A veces nos atrevemos reclamarle a Dios las cosas que nos parecen injustas como si Él fuera el culpable de la maldad del hombre. En todo caso recordemos que sí es el dueño absoluto de todo cuanto existe. Un dueño que no actúa de modo despótico o caprichoso.

En la mente divina todo tiene un propósito, aunque nos cueste reconocerlo. Aquello que consideramos injusto en Dios (como perdonar al pecador arrepentido) no es más que manifestación de su amor misericordioso.


4.- Nos molestamos por las cosas buenas que les pasan a los demás

Esa es la otra idea en la que quiero detenerme. Hay gente que se molesta porque a otros les pasan cosas buenas o hay quienes se enojan porque otros son buenos.

El ser buenos a veces nos granjea la descalificación de los demás. No seamos así nosotros.

Que no se alberguen en nuestros corazones resentimientos o envidias contra nadie. Si no queremos ser luz no tratemos de evitar que los demás lo sean.

La idea es que contagiemos a los malos de la bondad de Dios y no que nos dejemos contaminar por la maldad de quienes solo albergan rencor en sus corazones.

La felicidad de los otros ha de ser la nuestra y seremos más felices en la medida en que procuremos la verdadera felicidad de quienes nos rodean.


Pbro. David Trujillo.