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Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
«
“Somos miembros unos de otros” (Ef 4,25).
De
las comunidades en las redes sociales a la comunidad humana »
El 24 de enero, día de San
Francisco de Sales, patrono de los periodistas, la Santa Sede publicó el
mensaje del Papa para la Jornada Mundial
de las Comunicaciones Sociales que este año 2019, se celebrará el 2 de
junio.
El lema de este año es: « “Somos miembros unos de otros” (Ef 4,25).De
las comunidades en las redes sociales a la comunidad humana ».
A continuación, el mensaje del
Santo Padre Francisco para la jornada de este año:
Queridos hermanos y hermanas:
Desde que internet ha estado
disponible, la Iglesia siempre ha intentado promover su uso al servicio del
encuentro entre las personas y de la solidaridad entre todos. Con este Mensaje,
quisiera invitarles una vez más a reflexionar sobre el fundamento y la importancia
de nuestro estar-en-relación; y a redescubrir, en la vastedad de los desafíos
del contexto comunicativo actual, el deseo del hombre que no quiere permanecer
en su propia soledad.
Las metáforas de la
“red” y de la “comunidad”
El ambiente mediático es hoy
tan omnipresente que resulta muy difícil distinguirlo de la esfera de la vida
cotidiana. La red es un recurso de nuestro tiempo. Constituye una fuente de
conocimientos y de relaciones hasta hace poco inimaginable. Sin embargo, a
causa de las profundas transformaciones que la tecnología ha impreso en las
lógicas de producción, circulación y disfrute de los contenidos, numerosos
expertos han subrayado los riesgos que amenazan la búsqueda y la posibilidad de
compartir una información auténtica a escala global. Internet representa una
posibilidad extraordinaria de acceso al saber; pero también es cierto que se ha
manifestado como uno de los lugares más expuestos a la desinformación y a la
distorsión consciente y planificada de los hechos y de las relaciones
interpersonales, que a menudo asumen la forma del descrédito.
Hay que reconocer que, por un
lado, las redes sociales sirven para que estemos más en contacto, nos
encontremos y ayudemos los unos a los otros; pero por otro, se prestan también
a un uso manipulador de los datos personales con la finalidad de obtener
ventajas políticas y económicas, sin el respeto debido a la persona y a sus
derechos. Entre los más jóvenes, las estadísticas revelan que uno de cada
cuatro chicos se ha visto envuelto en episodios de acoso cibernético[1].
Ante la complejidad de este
escenario, puede ser útil volver a reflexionar sobre la metáfora de la red que
fue propuesta al principio como fundamento de internet, para redescubrir sus
potencialidades positivas. La figura de la red nos invita a reflexionar sobre
la multiplicidad de recorridos y nudos que aseguran su resistencia sin que haya
un centro, una estructura de tipo jerárquico, una organización de tipo
vertical. La red funciona gracias a la coparticipación de todos los elementos.
La metáfora de la red,
trasladada a la dimensión antropológica, nos recuerda otra figura llena de
significados: la comunidad. Cuanto más cohesionada y solidaria es
una comunidad, cuanto más está animada por sentimientos de confianza y persigue
objetivos compartidos, mayor es su fuerza. La comunidad como red solidaria
precisa de la escucha recíproca y del diálogo basado en el uso responsable del
lenguaje.
Es evidente que, en el
escenario actual, la social network community no es
automáticamente sinónimo de comunidad. En el mejor de los casos, las
comunidades de las redes sociales consiguen dar prueba de cohesión y
solidaridad; pero a menudo se quedan solamente en agregaciones de individuos
que se agrupan en torno a intereses o temas caracterizados por vínculos
débiles. Además, la identidad en las redes sociales se basa demasiadas veces en
la contraposición frente al otro, frente al que no pertenece al grupo: este se
define a partir de lo que divide en lugar de lo que une, dejando espacio a la
sospecha y a la explosión de todo tipo de prejuicios (étnicos, sexuales, religiosos
y otros). Esta tendencia alimenta grupos que excluyen la heterogeneidad, que
favorecen, también en el ambiente digital, un individualismo desenfrenado,
terminando a veces por fomentar espirales de odio. Lo que debería ser una
ventana abierta al mundo se convierte así en un escaparate en el que exhibir el
propio narcisismo.
La red constituye una ocasión
para favorecer el encuentro con los demás, pero puede también potenciar nuestro
autoaislamiento, como una telaraña que atrapa. Los jóvenes son los más
expuestos a la ilusión de pensar que las redes sociales satisfacen
completamente en el plano relacional; se llega así al peligroso fenómeno de los
jóvenes que se convierten en “ermitaños sociales”, con el consiguiente riesgo
de apartarse completamente de la sociedad. Esta dramática dinámica pone de
manifiesto un grave desgarro en el tejido relacional de la sociedad, una
laceración que no podemos ignorar.
Esta realidad multiforme e
insidiosa plantea diversas cuestiones de carácter ético, social, jurídico,
político y económico; e interpela también a la Iglesia. Mientras los gobiernos
buscan vías de reglamentación legal para salvar la visión original de una red
libre, abierta y segura, todos tenemos la posibilidad y la responsabilidad de
favorecer su uso positivo.
Está claro que no basta con
multiplicar las conexiones para que aumente la comprensión recíproca. ¿Cómo
reencontrar la verdadera identidad comunitaria siendo conscientes de la
responsabilidad que tenemos unos con otros también en la red?
“Somos miembros unos de
otros”
Se puede esbozar una posible
respuesta a partir de una tercera metáfora, la del cuerpo y los
miembros, que san Pablo usa para hablar de la relación de reciprocidad
entre las personas, fundada en un organismo que las une. «Por lo tanto, dejaos
de mentiras, y hable cada uno con verdad a su prójimo, que somos miembros unos
de otros» (Ef 4,25). El ser miembros unos de otros es
la motivación profunda con la que el Apóstol exhorta a abandonar la mentira y a
decir la verdad: la obligación de custodiar la verdad nace de la exigencia de
no desmentir la recíproca relación de comunión. De hecho, la verdad se revela
en la comunión. En cambio, la mentira es el rechazo egoísta del reconocimiento
de la propia pertenencia al cuerpo; es el no querer donarse a los demás,
perdiendo así la única vía para encontrarse a uno mismo.
La metáfora del cuerpo y los
miembros nos lleva a reflexionar sobre nuestra identidad, que está fundada en
la comunión y la alteridad. Como cristianos, todos nos reconocemos miembros del
único cuerpo del que Cristo es la cabeza. Esto nos ayuda a ver a las personas
no como competidores potenciales, sino a considerar incluso a los enemigos como
personas. Ya no hay necesidad del adversario para autodefinirse, porque la
mirada de inclusión que aprendemos de Cristo nos hace descubrir la alteridad de
un modo nuevo, como parte integrante y condición de la relación y de la
proximidad.
Esta capacidad de comprensión
y de comunicación entre las personas humanas tiene su fundamento en la comunión
de amor entre las Personas divinas. Dios no es soledad, sino comunión; es amor,
y, por ello, comunicación, porque el amor siempre comunica, es más, se comunica
a sí mismo para encontrar al otro. Para comunicar con nosotros y para
comunicarse a nosotros, Dios se adapta a nuestro lenguaje, estableciendo en la
historia un verdadero diálogo con la humanidad (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const.
dogm. Dei
Verbum, 2).
En virtud de nuestro ser
creados a imagen y semejanza de Dios, que es comunión y comunicación-de-sí,
llevamos siempre en el corazón la nostalgia de vivir en comunión, de pertenecer
a una comunidad. «Nada es tan específico de nuestra naturaleza –afirma san
Basilio– como el entrar en relación unos con otros, el tener necesidad unos de
otros»[2].
El contexto actual nos llama a
todos a invertir en las relaciones, a afirmar también en la red y mediante la
red el carácter interpersonal de nuestra humanidad. Los cristianos estamos
llamados con mayor razón, a manifestar esa comunión que define nuestra
identidad de creyentes. Efectivamente, la fe misma es una relación, un
encuentro; y mediante el impulso del amor de Dios podemos comunicar, acoger,
comprender y corresponder al don del otro.
La comunión a imagen de la
Trinidad es lo que distingue precisamente la persona del individuo. De la fe en
un Dios que es Trinidad se sigue que para ser yo mismo necesito al otro. Soy
verdaderamente humano, verdaderamente personal, solamente si me relaciono con
los demás. El término persona, de hecho, denota al ser humano como ‘rostro’
dirigido hacia el otro, que interactúa con los demás. Nuestra vida crece en
humanidad al pasar del carácter individual al personal. El auténtico camino de
humanización va desde el individuo que percibe al otro como rival, hasta la
persona que lo reconoce como compañero de viaje.
Del “like” al “amén”
La imagen del cuerpo y de los
miembros nos recuerda que el uso de las redes sociales es complementario al
encuentro en carne y hueso, que se da a través del cuerpo, el corazón, los
ojos, la mirada, la respiración del otro. Si se usa la red como prolongación o
como espera de ese encuentro, entonces no se traiciona a sí misma y sigue
siendo un recurso para la comunión. Si una familia us
a la red para estar más
conectada y luego se encuentra en la mesa y se mira a los ojos, entonces es un
recurso. Si una comunidad eclesial coordina sus actividades a través de la red,
para luego celebrar la Eucaristía juntos, entonces es un recurso. Si la red me
proporciona la ocasión para acercarme a historias y experiencias de belleza o
de sufrimiento físicamente lejanas de mí, para rezar juntos y buscar juntos el
bien en el redescubrimiento de lo que nos une, entonces es un recurso.
Podemos pasar así del
diagnóstico al tratamiento: abriendo el camino al diálogo, al encuentro, a la
sonrisa, a la caricia... Esta es la red que queremos. Una red hecha no para
atrapar, sino para liberar, para custodiar una comunión de personas libres. La
Iglesia misma es una red tejida por la comunión eucarística, en la que la unión
no se funda sobre los “like” sino sobre la verdad, sobre
el “amén” con el que cada uno se adhiere al Cuerpo de Cristo
acogiendo a los demás.
Vaticano, 24 de enero de 2019,
fiesta de san Francisco de Sales.
Franciscus
[1] Para
reaccionar ante este fenómeno, se instituirá un Observador
internacional sobre el acoso cibernético con sede en el
Vaticano.
[2] Regole
ampie, III, 1: PG 31, 917; cf. Benedicto XVI, Mensaje
para la 43 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (2009).
Vía Libreria Editrice Vaticana http://w2.vatican.va/