martes, 25 de junio de 2019

Respuesta a mi amiga



Hoy, una de mis amigas me comentaba sobresaltada y medio desanimada las cosas con las que, a lo largo del día se había topado en las noticias. Me habló del parricidio que ocurrió en la ciudad de Cagua; una chica con su pareja le quitó la vida a su padre para quedarse con 3.600 dólares fruto de una venta de un local. Lo sepultaron en el patio de la casa. Pero es que además, una señora en la Caracas decidió poner fin a sus días como consecuencia de la depresión ante tanta carestía. Despidió a su esposo y a su hijo como todos los días y, una vez sola en casa, se quitó la vida. Mi amiga también me comentó la letra de la nueva canción que supera con creces, en lo chabacano y vulgar, la de: “Felices los cuatro”…; en fin, creo que mi amiga no ha tenido un buen día. Estoy seguro que muchas cosas buenas le ocurrieron, pero ella solo se fijó en las cosas malas. ¿Qué le puedo decir a mi amiga? Podría recomendarle que no vea “noticias feas”; que haga como si eso no existe. Podría recomendarle que se cierre en una burbuja de cristal y que haga caso omiso de todo cuanto ocurre. Igual de nada vale preocuparse, ella no resolverá los problemas que a diario se presentan en este país. De seguir así seguro terminará enferma y amargada o deprimida. Definitivamente no debería ver ese tipo de noticias. Es más, si solo sintonizara el canal del estado o solo hojeara los periódicos del oficialismo, apuesto que terminaría pensando que es muy afortunada de vivir en Narnia.

Se me ocurrió decirle que no se preocupara tanto por los demás; que viviera y dejara vivir. Basta con que a ella no le falte nada. ¿De qué vale angustiarse si igual las cosas no van a cambiar? Esto se lo llevó quien lo trajo (así decimos en Venezuela). Aquí lo único que nos queda es resolver nuestros problemas y dejar que cada quien resuelva los propios. Pude haberle echado más leña al fuego para terminar diciéndole que ese es el mundo y que haga lo que haga no lo va a cambiar. Pensé incluso en hacerle una reflexión filosófica sobre el bien y el mal y mostrarle, con hechos históricos, que siempre ha sido así desde que el mundo es mundo. Peor aún, se me pudo haber ocurrido decirle que eso “era la voluntad de Dios” con lo cual me convertiría en un blasfemo. Si no fuera un sacerdote católico se me hubiera hecho fácil explicarle la inexistencia de Dios ante todas esas cosas perversas que ocurren, pues si Dios existiera no pasaran cosas como esas…, les confieso que en un momento de impotencia e indignación se me ocurrió gritar a los cuatro vientos ese improperio contra el usurpador, pero logré contenerme porque reconozco que un cristiano no hace ese tipo de cosas. Parte de esa impotencia me llevó imaginarme con un fusil de asalto y tomar la justicia en mis manos, pero eso sería peor que lo anterior.

En fin, pensando en frío creo que Cristo, nuestro Maestro, nos hubiera repetido sus enseñanzas sobre el amor al prójimo (inclusive a los enemigos) y además nos hubiera dicho algo así como: No pierdas la esperanza; no te contamines del odio que ves a tu alrededor ni pagues mal por mal. Al mal se le vence a fuerza de bien; las tinieblas se disipan con un rayo de luz; no te conviertas en aquello que rechazas o condenas. El amor siempre es el camino. Lo que no consigas amando no te servirá más que para hundirte en el fango a ti y a quienes te rodean. Esta vida sin amor es un desperdicio. El amor será lo único que nos pueda salvar del mal que nos aqueja y su mayor concreción la encontramos en la cruz. Mañana cuando me levante trataré de fijar la mirada no solo en lo malo que me suceda, sino especialmente en las cosas a través de la cuales Dios me manifiesta su amor. Al mirar desde el amor estoy seguro que tendré la iluminación y la voluntad suficientes como para dar una respuesta satisfactoria a lo malo que me encuentre.

Pbro. David Trujillo

domingo, 23 de junio de 2019

Corpus Christi



Hoy celebramos la fiesta del Corpus Christi, solemnidad en honor al Santísimo Sacramento, que fue establecida en 1246 por el Obispo Roberto de Thorete y a sugerencia de Santa Juliana de Mont Cornillon. Después del milagro eucarístico de Bolsena, el Papa Urbano IV expandió esta celebración a toda la Iglesia Universal, fijándola para el jueves posterior al domingo de la Santísima Trinidad. Por razones pastorales, en algunos países, como Venezuela, esta celebración se realiza el domingo.

Recordemos que Jesús reunido con sus apóstoles en la Última Cena instituyó el sacramento de la Eucaristía (significa “acción de gracias”), haciéndolos partícipes de su sacerdocio y mandándolos a hacer lo mismo en su memoria. Es por ello que, en la Santa Misa, los obispos y sacerdotes convierten, durante la consagración, el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo (Transubstanciación); "en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad. En realidad Cristo íntegramente" (Concilio de Trento, siglo XVI).

Así, el Corpus Christi es la celebración del Cuerpo y la Sangre de Cristo y durante la misma la hostia consagrada se coloca en un relicario o custodia para la adoración pública de los fieles. Como hoy es un día especial, en el que debemos dar gracias a Jesús por haberse quedado con nosotros en la Eucaristía, celebremos esta solemnidad recibiendo a Jesucristo sacramentado, comulgando en estado de gracia (preparándonos previamente con la confesión y el ayuno eucarístico). “…Pidamos la gracia de estar hambrientos de Dios, nunca saciados en recibir lo que Él prepara para nosotros” (Papa Francisco, 2019).


Christiam Alvarez
Pastoral de Medios de Comunicación

martes, 18 de junio de 2019

Solo dejen la puerta abierta



Aunque algunos personeros del gobierno lo niegan o aminoran el número, como sacerdote me ha tocado ver y despedir a muchas personas que han decidido salir del país. Muchos de ellos miembros de nuestra comunidad parroquial o simplemente familiares o amigos que no ven futuro en su nación. A mí no me lo han contado, yo he sido testigo de familias que han tenido que separarse porque no ven otra salida a la grave situación por la que estamos pasando. En el mejor de los casos han sido familias enteras; profesionales o comerciantes que cuentan con un apoyo en el lugar donde van. Esos son los que menos trabajo pasan. Han hecho un capital en Venezuela y se labraron un porvenir a fuerza de trabajo y sacrificios. Sin embargo, no deja de ser traumático el dejar atrás toda una vida llena de tradiciones y amistades. ¿Cómo meter en la maleta de viaje tantos momentos inolvidables y tantas amistades que a la larga se ha convertido en más que amigos? 

También están los padres que deciden partir y dejar aquí a su pareja y a sus hijos. Uno de los dos se sacrifica por el resto, aunque la verdad es que esa separación hace que todos se sacrifiquen. El que se va tiene la presión de hacer dinero pronto y enviar a quienes se quedan. A veces son explotados y de ellos se aprovechan personas inescrupulosas. Se ven en la necesidad de hacer lo que sea (quizá lo que aquí jamás se imaginarían si quiera hacer); si tienen suerte consiguen albergue y trabajo pronto, pero no muchos lo logran. Algunos se regresan en condiciones peores de las que se fueron. No pocos de esos que se van y, ante la dificultad de la soledad, terminan echando raíces pero con otra familia. 

Mi intención no es juzgar a quienes se vayan, sino iluminar desde la fe una situación que hasta ahora era desconocida para los venezolanos. Me causa gracia y tristeza a la vez porque yo soy uno que siempre ha pensado que los venezolanos debían salir de su país. Considero que es una manera de apreciar lo autóctono y valorar lo que tenemos. La cuestión es que jamás pensé que sería de esta forma. La familia de Nazaret también fue migrante y hasta refugiada. El Hijo de Dios con apenas meses de nacido supo lo que era tener que huir y conocer una cultura que le era ajena. El mismo pueblo de Israel experimentó el exilio obligado y Dios jamás les abandonó. Del mismo modo que Dios y su Santa Madre no abandonarán a quienes, nacidos en esta tierra, se aferran a Ellos donde quiera que se encuentren. Considero que de todo esto hemos de aprender y no solo quedarnos en lo malo. Esta experiencia debería convertirse en una oportunidad para crecer como nación. Nuestra Patria nos necesita y vayamos donde vayamos no debemos olvidarla. Días vendrán en que nos reclame para que la levantemos de la postración en la que la tienen unos pocos. Por los momentos aprendamos todo cuanto podamos y maduremos como personas. Tiempos vendrán en que toda esa experiencia adquirida nos sirva para que nuestra patria se reconstruya. No perdamos la esperanza porque de ser así la maldad habrá ganado. Recuerda dejar la puerta abierta cuando salgas, lo vas a necesitar a tu llegada.

Pbro. David Trujillo

martes, 11 de junio de 2019

Como pez en pecera



Durante una misa que celebré a unos jóvenes hace poco, una chica me dijo que la religión venía a ser como cuando se introduce un pez en una pecera. Allí se siente cómodo y seguro; es alimentado y protegido, pero carece de libertad. Decía ella que los jóvenes de hoy prefieren el ancho mar. Que no querían imposiciones de ningún tipo; reglas y normas que no hacen más que coartar la libertad de la persona. Decía que estaba cansada de escuchar cosas como: Hay que ir a Misa, debes confesarte, tienes que orar…, que ella no necesitaba de alguien que le mostrara a Dios sino que Dios se encuentra en todas partes y se muestra a todos por igual. Sus ideas ciertamente no son muy originales, ya desde hace mucho se vienen diciendo cosas parecidas. No es mi intención descalificar a nuestra amiguita ni contrariar a quienes piensen distinto. A fin de cuenta la libertad de expresión y de pensamiento es un derecho divino y, ni el mismo Dios nos obliga a creer en Él. Todo este comentario venía porque siempre me ha preocupado la indiferencia religiosa y la apatía espiritual en la que viven muchos bautizados. En un mundo secularizado no es difícil encontrarse con este tipo de pensamientos incluso de quienes estudian en colegios religiosos o de quienes, contradictoriamente, se han servido de la Iglesia y luego despotrican de ella.

Pero mi intención aquí es tratar de desmontar esa alegoría de la religión como pecera que nos coarta en nuestra libertad y que no nos ayuda a pensar por nosotros mismos, sino que manipula e impone una idea distorsionada de Dios. Pretender que el niño o el joven se formen una idea de Dios por sí mismos es ilusorio. Sería tanto como pensar que al niño se le tiene que permitir, desde el primer día de su nacimiento, a tomar las decisiones que mejor considere para sí mismo en lo referente a su alimentación y desarrollo. La figura de la pecera me lleva a pensar en la familia o en el seminario; en la escuela o en la parroquia. Pero más allá de eso, me lleva a pensar en un almácigo o semillero (palabra ésta última de donde proviene la palabra Seminario) en la que las plantas pequeñas se fortalecen y vigorizan antes de ser trasplantadas al terreno fértil. De lo contrario esa planta tendría un futuro incierto.

La persona humana requiere en sus primeros años de vida de alguien que le enseñe a vivir; es necesario que alguien le oriente y le tutele en sus primeros años de vida, pues de lo contario, será un inadaptado social. De eso se encarga la familia en la figura de los padres y demás familiares, la escuela en la persona del maestro y la Iglesia representada por el pastor, los padrinos y los catequistas. Por otro lado, siempre habrá alguien que influenciará en el niño o el adolescente. Es falso que exista la posibilidad de crecer en un mar de libertades en donde se nos ofrecerán los mejores medios para que crezcamos como personas. Para constatar esto basta con que nos asomemos por las ventanas de nuestras casas y nos fijemos en la suerte de aquellos que han crecido en las calles.

La religión puede que se vea como una pecera, pero así también ha de verse la familia y la escuela. Son herramientas queridas por Dios para ayudarnos a adquirir una personalidad suficientemente madura y encausarnos por el camino del bien. Otra cosa es que, como instituciones humanas, no estén cumpliendo con su cometido. En todo caso hay que revisarse continuamente y mejorarlas lo más que se pueda. En este mundo no hay nada acabado ni perfecto, aunque todo es y será perfectible mientras vivamos en él.

Pbro. David Trujillo

lunes, 10 de junio de 2019

Matar el alma



En el evangelio Jesús nos dice que no hay que temer a quienes matan el cuerpo, sino que más bien hay que temer a quienes incluso pueden matar el alma (Mt. 10,28). Esa expresión me parece que muchas veces se le ha interpretado muy superfinamente. Quizás se ha visto solo como una manera de hacer ver que lo espiritual es más importante que lo corporal. Algo así como cuando se afirma que lo que verdaderamente importa es lo que no se ve…han sido muchas las cosas que se dicen en torno a esa idea. Pues bien, yo quisiera compartir con mis lectores la experiencia de una persona muy cercana a mi familia.

Mi amigo era un joven lleno de ilusión y de salud. Estudió con esfuerzo y dedicación hasta conseguir graduarse en una de las mejores universidades del país. Fueron muchos los desvelos y los sacrificios que tuvo que hacer hasta conseguir la meta deseada. En su camino hubo gente que le hizo daño, pero fue más el apoyo que recibió que los detractores que le surgieron. Desde el principio se puso como meta ser su propio jefe. Así que todo lo que hizo fue trabajar con la idea de llegar a tener un terreno en el que pudiera progresar y echar raíces. Por más de 20 años no hizo más que ahorrar todo cuanto pudo. Cuando lo creyó oportuno se dispuso encontrar un lugar para empezar su nueva vida. Luego de tantas idas y venidas encontró algo con lo que podía empezar.

Disfrutaba aquel sitio. Se levantaba muy temprano cada mañana y se iba a la cama muy cansado, pero con el corazón contento de haber hecho algo nuevo en su propiedad. Cada día los cambios eran evidentes en aquel campo. Una vez que llegaba no deseaba salir de allí de lo bien que se lo pasaba. Tenía animales y cultivaba el campo. Su corazón estaba agradecido a Dios y se sentía satisfecho con la vida…, ayudaba a los lugareños ofreciéndoles trabajo y apoyándolos en lo que podía. Se sentía agradecido a Dios y, a pesar de los inconvenientes que se presentaban, nuestro amigo no se desanimaba. En pocas palabras era un hombre que había logrado en muy poco tiempo tener un pedazo de cielo en la tierra.

Pero una noche se le metieron a su propiedad 5 malvivientes; lo encañonaron y le robaron todo lo que pudieron. Lo retuvieron más de dos horas amarrado mientras se llevaban lo que les dio la gana. Reconoció a varios de aquellos sujetos. Eran los mismos a quienes le había dado trabajo y a quienes les había ayudado con medicina para sus hijos. Fueron dos horas de angustia en donde llegó a pensar lo peor. Cuando pudo se libró de sus amarres y buscó ayuda. Al día siguiente puso la denuncia, pero todo fue inútil. Nada de lo robado se recuperó. Pero el daño mayor no estuvo en lo que se habían llevado, sino en el temor que dejaron en su alma. A partir de aquel momento ya nada fue igual. Al caer la noche venían también los recuerdos de aquella experiencia; durante las siguientes semanas no conciliaba el sueño y se despertaba a mitad de la noche sobresaltado con cada ruido que escuchaba. Ya aquel lugar dejó de ser su pedazo de cielo en la tierra; se convirtió en su infierno. A partir de ahí las cosas no eran igual. Se sentía inseguro y nervioso…, sus sueños e ilusiones se desvanecieron. Así que decidió vender sus sueños y volverse a la ciudad; le habían matado el alma…

Esta experiencia bien pusiera servir de plataforma para entender lo que está pasando en nuestro país. A muchos de los venezolanos nos han matado el alma. Nuestras ganas de seguir luchando se han esfumado entre otras cosas porque nos hemos visto expoliados por delincuentes con placas o simplemente por personas a quienes les hemos ayudado. No sabemos si luchar o huir. 

Otros se han cansado de ver como reina la impunidad y ya no desean seguir perdiendo el tiempo en lo que consideran un imposible. Peor aún, hay quienes se han hecho parte de la oscuridad y les parece mejor convertirse en delincuentes haciendo a otros lo que a ellos le han hecho. No obstante, nunca faltan quienes a pesar de todo mantienen la moral en alto y han vuelto a empezar una y otra vez. Las experiencias enseñan y de todo cuanto está pasando hemos de aprender. Le ruego a Dios me ayude a descubrir en medio de tanto dolor y desánimo, el camino a seguir.

En la cruz hubo un fracaso aparente y una verdadera victoria. Si es en la cruz como nuestro pueblo tiene que descubrir esta enseñanza de vida, entonces mientras más rápido subamos a ella mejor. Que sea ella la que forje nuestro temple y que surjamos de nuestras cenizas lo antes posible. Venezuela es mi sueño y no estoy dispuesto a venderla. Lucharé por ella y si ella reclama mi vida la daré gustoso. Mi sueño bien vale el precio.

Pbro. David Trujillo