martes, 27 de agosto de 2019

Yo me quiero salvar



Nadie en su sano juicio desea condenarse en la eternidad. Además hay como cierto morbo en querer saber si estamos o no salvos. Quizá fue eso lo que motivó a aquella persona del evangelio a preguntarle a Jesús si serían pocos lo que se salvarían. Si la respuesta de Jesús hubiera sido afirmativa o negativa de seguro hubiera causado la misma reacción en cadena. No todos están dispuestos a dar el todo por el todo para salvarse aun cuando todos sí desean salvarse. Es parte de este mundo de contradicción en el que vivimos. 

La respuesta de Jesús es esperanzadora. Solo nos pide que nos “esforcemos en entrar por la puerta estrecha”. Es algo así como hacer nuestro mejor esfuerzo. En eso consiste el estímulo que nos puede ayudar no solo a intentarlo, sino a lograrlo. De hecho, ya la salvación se nos ha otorgado en la entrega voluntaria del Hijo en la cruz, en su muerte y en su resurrección. El trabajo ya está hecho de parte de Dios, solo nos resta de parte nuestra hacer nuestros esfuerzo a sabiendas que aquello que es imposible para el hombre no lo es para Dios. 

Usando la imagen de la puerta estrecha quisiera ofrecer algunos tips que nos pudieran ayudar a pasar por ella. Si la puerta es estrecha, luego les resulta casi imposible a los que son “gordos” poder pasar. Aquí los gordos están representados por los que se inflan demás; los soberbios y orgulloso que inclusive piensan que no necesitan de la oferta divina de la salvación; aquellos que se autoendiosan y empalagan con el poder de este mundo. Son quienes viven como si jamás fueran a morir. A ellos se les hará imposible pasar por esa puerta. Tienen que hacer dieta, es decir, han de volverse humildes y sencillos. Pero también están quienes pretenden pasar por esa puerta llevando un fardo pesado. Me refiero a quienes se llenan de odio y resentimientos; aquellos que no perdonan a sus hermanos se les hará muy difícil pasar por esa puerta. El peso de sus codicias o de su falta de arrepentimiento les impedirá si quiera llegar a la puerta estrecha. 

La invitación es a deshacernos de ese lastre que no nos permite caminar hacia la puerta del cielo. Seamos sencillos y ligeros para caminar con prontitud hacia la santidad. Pero existen también aquellos que son flojos y cómodos y desean salvarse, pero no se mueven hacia la puerta. Es decir, que el trabajo ha de caracterizar a quienes deseen entrar. Los perezosos y los cómodos difícilmente podrán pasar. 

No creamos que porque vamos a misa y rezamos de vez en cuando ya tenemos hecho el mandado. Es posible que aún Jesús no nos conozca, pues hacemos el mal o vivimos en medio de la superstición. Es posible que seamos religiosos, pero no necesariamente cristianos. De ahí que el mismo Jesús nos diga que muchos dirán: “Señor comimos contigo” (cada domingo en la misa) o también: “predicaste en nuestras plazas” (o templos) y aun así él no nos conoce. 

Ciertamente que son muchas las virtudes que hemos de adquirir si queremos pasar por la puerta estrecha. En eso radica el esfuerzo al que nos invita Jesús. Ahora bien, hay algo que no menciona el evangelio y es el trabajo en equipo. A la puerta no llegamos solos. Se requiere ir junto al otro. El Beato Manuel Domingo y Sol decía que si nos salvamos lo hacemos en racimo. Animemos todos a entrar por esa puerta que ya Jesús nos abrió.

Pbro. David Trujillo

martes, 20 de agosto de 2019

Hace 29 años de eso



El 18 de agosto de 1990 es una fecha que marca mi vida. Muchas otras cosas la han marcado y no siempre han sido cosas agradables, pero esa fecha en concreto ha sido única. Fue el día en que recibí el sacramento del orden. Después de haber estado 12 años de formación al fin pude lograr la meta que me propuse cuando aún era un niño. Este año ese día coincidió con el XX domingo ordinario y quisiera aprovechar la lectura del evangelio para reflexionar sobre lo que para mí han significado estos 29 años de vida sacerdotal.

Del evangelio de este domingo XX del ciclo C me llamaban la atención tres palabras. La primera era FUEGO. Jesús dice textualmente que había venido a traer fuero a la tierra y que deseaba que estuviera ardiendo. El fuego que Jesús trajo no es el que destruye o arrasa todo a su paso, sino el que construye desde dentro; el que purifica y calienta los corazones que se han entibiado. Es el fuego del Espíritu Santo que recibí aquel día. Un fuego que he procurado mantener ardiendo aunque no siempre lo haya logrado. El fuego que me ha motivado en poner el corazón en todo lo que hago como sacerdote. Cada sacerdote o ministro de Dios debería de caracterizarlo este fuego divino. Es un fuego que nos quema por dentro y que nos hace ingeniarnos cómo llevar más almas a Cristo. Existe el peligro de que ese fuego se apague con el tiempo. Le pido a Dios que me ayude a mantenerlo siempre vivo.

La otra palabra era PAZ. Dice Jesús que él no ha venido a traer paz, sino división. La paz a la que Jesús se refiere es la paz que nos ofrece el mundo. Ciertamente que Cristo es el Príncipe de la Paz. Él nos ha dejado su paz, pero no como la da el mundo. Esa “paz mundana” que NO nos trae Jesús es la paz artificial y acomodaticia; la paz que tranquiliza nuestras conciencias mientras no nos afecten las cosas que están pasando en nuestro entorno. La paz de Cristo es aquella que no nos deja en paz mientras se cometan injusticias y haya maldad. Como sacerdote he tratado siempre de ser portador de esta paz. He luchado cada día por vivir en la verdad y he trabajado para ir superando mis flaquezas. Me he acarreado incomprensiones y críticas hasta de mis propio hermanos sacerdotes y parroquianos por procurar vivir en esa paz. Le ruego a Dios me ayude a profundizar en ella cada vez más.

DIVISIÓN es otra palabra que se leía en el evangelio de este domingo XX del tiempo ordinario del ciclo C. Jesús dice que seguirle a Él provoca división y no puede ser de otro modo ya que donde hay luz no pueden existir las tinieblas; donde está la verdad la mentira está de sobra; donde hay bondad o caridad no es posible la maldad o el egoísmo. No existe mayor persecución que la que se siente cuando se quiere seguir a Cristo. En estos 29 años de sacerdocio he experimentado estas tres palabras y no pocas veces creo que no haber estado a la altura de mi compromiso. Pido a Dios perdón por las veces en que no he sabido corresponderle como he debido hacerlo y que me siga ayudando para dar lo mejor de mí evitando caer en un falso concepto de paz para que sea capaz de afrontar todas las divisiones que surjan por seguirle a Él. Ayúdenme en este propósito con sus plegarias.


Pbro. David Trujillo