martes, 16 de julio de 2019

Aprender por contraste



Una vez un profesor me habló de “aprender por contraste”. Me dijo que cuando viera un defecto en alguien me preguntara si yo no lo tenía también. He tratado de seguir sus enseñanzas no siempre con el éxito deseado. Con demasiada frecuencia caigo en aquello que critico en mis semejantes. Pero lo que me motiva escribir estas líneas es solo el uso de ese principio. Con el tiempo he aprendido que nuestras madres también nos enseñaban a aprender por contraste y nos ordenaban hacer exactamente lo que NO QUERÍAMOS que hiciéramos. Por ejemplo cuando nos montábamos en un árbol y nos decían: “súbete más arriba y cáete…” Ciertamente que nos estaban diciendo que nos bajáramos lo antes posible. Pues bien, hoy quiero invitarles a aprender por contraste y lo que deseo es enseñarles cómo se forma a un delincuente. NADIE en su sano juicio quiere tener un hijo delincuente o malhechor, no obstante, estoy seguro que muchos padres se verán retratados en los tips que coloco a continuación. Es más, hay quienes este daño lo están haciendo muy bien. A continuación les digo lo que, según mi experiencia, es el decálogo para formar un delincuente: 


1-. Complazca a su “niño” en todo cuanto le pida. Jamás le diga “no” a sus caprichos. Recuerde que a usted la vida lo trató mal y que su hijo no puede pasar los trabajos que a usted le hicieron pasar. Además estamos en otros tiempos en donde todo es posible y todo está al alcance de la mano. No sería justo que el hijo del vecino tenga cuanto se le antoja y el suyo se tenga que conformar con la sobra. 


2-. Acéptele todas sus amistades. No se interese con quien anda o las amistades que frecuenta; recuerde que desde temprana edad él tiene derecho a escoger a sus amigos. No le imponga jamás estereotipos sociales que le ayuden a ser él mismo. Es importante que él se vaya dando cuenta de su entorno sin ayuda de nadie. 



3-. Jamás le exija responsabilidades. Enséñele que en la vida todo es gratuito y que lo único que tiene para con los demás son derechos y no deberes ni obligaciones. La mejor manera de formar a un hijo como delincuente es convertirlo en un parásito y hacer que todo su tiempo se pierda en el ocio. 


4-. No permita que desde niño se sacrifique por lo que quiere. Hágale ver que el esfuerzo es contrario y contraproducente para un “triunfador”. Hágale ver que aquello de: “ganarse el pan con el sudor de la frente” es sólo para quienes dicen creer en Dios y por eso mismo viven enajenados y fuera del contexto del mundo moderno. La sociedad en la que vivimos es la del facilismo y la de la viveza criolla. Estúpido es quien se esfuerza pudiendo obtener las cosas robando o engañando a los demás. 


5-. Deje que desde niño le falte el respeto. Si le grita no le reprenda: coarta su libertad. Si le alza la mano, déjese golpear, recuerde que son cosas de niños y que si lo evita repercutirá luego en el futuro en su aprendizaje delictivo. Es más, defiéndalo siempre delante de aquellos que le acusan o de quienes se quejan de él. No olvide darle siempre la razón a él delante de los demás. 


6-. No se preocupe por la hora de llegada a casa, ni se moleste en saber en qué pasos anda y dónde se encuentra. Él sabe lo que hace. La calle es y será siempre el mejor laboratorio en donde se forman los delincuentes y no hay mejor caldo de cultivo o mejor ambiente en el que se pueda crecer como vago o como malhechor. 


7-. Cuando porte consigo algún objeto de valor a casa no le pregunte de dónde lo sacó. Mejor es animarlo a que siga trayendo esas cosas que se “encuentra” en la calle. De ese modo le estará motivando a tener desde pequeño “sentido de pertenencia”. 


8-. Jamás hable con su hijo sobre droga, violencia y sexo. ¿Para qué? Seguramente encontrará en la calle gente más informada que Ud., que lo instruya mejor. Además lo importante es que a su hijo no le falte nada material. Su responsabilidad con él como padre o madre no lo convierte en un consejero ni en un amigo. Éstas son estupideces que nos quieren hacer creer quienes nunca han sido padres. Un delincuente será en gran medida, el resultado de la soledad de un joven para quien jamás hubo tiempo porque había otras cosas más importantes que él como el trabajo, la televisión o los amigos. 


9-. Discuta, pelee y ofenda a su pareja delante de sus hijos. De ese modo le estará dando un ejemplo a seguir para su vida matrimonial. Haga ver que el mejor hogar es aquel que se asemeja a un infierno en el que prevalece la desconfianza, el rencor, la violencia y la venganza. Todo esto podrá darles a los hijos una personalidad insegura e inestable de la que luego otros se beneficiarán en el aprendizaje delictivo de sus hijos. 


10-. Y lo más importante: enséñele a vivir de espaldas a Dios. No le inculque los principios cristianos ni se preocupe porque respete a su Creador si al fin y al cabo eso no le servirá de mucho cuando termine sus días en el cementerio o en los centros penitenciarios.

Pbro. David Trujillo

martes, 9 de julio de 2019

Los milagros del cielo



Creo que fue Einstein quien dijo que la vida puede verse como si todo es milagro o como si nada es milagro. En una sociedad tan acelerada como la nuestra, resulta cuesta arriba reconocer cuando ocurre un milagro aunque pase frente a nuestros ojos…, el título de este artículo es el mismo de una película que ya he visto varias veces por televisión. Se trata de un caso de la vida real de una familia típica norteamericana. Una de sus tres hijas llamada Ann y con menos de 12 años se enferma repentinamente; es algo extraño que tiene que ver con el colon; se le abulta su estómago y da la impresión de estar embazada o peor aún, se asemeja a esos niños famélicos que son muy comunes en los llamados países tercermundistas. 

Lo cierto es que la madre desesperada y, luego de agotar todos los recursos a disposición, decide llevarla a un afamado pediatra en la ciudad de Boston. Van pasando cosas “normales” y se van superando obstáculos que a simple vista parecían insuperables como el hecho de tener que llegar al hospital sin cita previa, el no contar con recursos económicos suficientes para cubrir los gastos de la hospitalización o la estadía en la ciudad…, lo cierto es que al final la niña es evaluada y diagnosticada. Se le envía a casa por un tiempo mientras se hace el tratamiento que hasta ese momento muy poco resultados había tenido en ese tipo de enfermedad. 

Una vez en casa hay un accidente; la niña cae al vacío dentro un árbol hueco y tardan horas en sacarla. Inexplicablemente del accidente no hay consecuencias graves. Nadie puede explicar por qué no murió. Pero lo más asombroso es que a partir de ese momento empieza una evidente recuperación de la enfermedad que la aquejaba. 

Durante el desenvolvimiento de la película existen momentos de crisis familiar, crisis de fe y crisis existencial. Preguntas sin respuestas y momentos de desesperación y de temor. A medida que la niña se sana llega la calma y la alegría. Al final de la película, una vez que la evalúa el médico y la da de alta, la niña le cuenta a sus padres algo que ocurrió aquella tarde dentro del árbol. Tuvo una experiencia cercana a la muerte…, pero lo que más me llama la atención es cuando repiten algunas escenas en las que se dan a conocer los pequeños milagros que ocurrieron y de los que quizás nadie se percató en un primer momento. Me refiero a la solidaridad de los amigos que se hicieron presentes cuando la familias más los necesitaba; la caridad que mostró una mesonera desconocida al ofrecerle alojamiento a la bebé y a su mamá sin conocerlas; a la actitud de la recepcionista que arriesgó su trabajo de apenas dos semanas de adquirido y “transgredió” la política del hospital para que la niña fuera atendida, o al empleado del aeropuerto que hizo que la tarjeta de crédito sin fondos pudiera ser aceptada para la compra de los boletos de avión. Dios hace tantos milagros que a veces en nuestra desesperación resultan imperceptibles. Milagros que quizás jamás descubriremos y que permanecerán solo en la mente y el corazón de ese instrumento divino que lo llevó a cabo. 

Yo no sé por qué ocurren las cosas, pero lo que sí sé es que de todo cuanto nos pasa podemos aprender una lección de vida. Son esas dificultades las que nos ayudan a crecer, serán ellas las que hacen posible los milagros que nos ocurren y que nos permiten estar aquí y ahora. Quiero pensar que en la mente divina todo tiene un propósito y tiene un sentido; quiero poner mi confianza en Él y sé que no quedaré defraudado; que aunque camine por cañadas oscuras no tengo por qué temer porque Él está conmigo.

Pbro. David Trujillo

martes, 2 de julio de 2019

Perdonar no significa dejarse



Eran pasadas las 3 pm cuando me llamaron de la capilla de la Santa Cruz. La persona que hablaba se sentía sobresaltada. De una me dijo: “Padre, se metieron a la capilla”. En ese preciso instante sentí tristeza. Hice las preguntas de rigor, pero la persona con la que hablaba solo estaba llegando al lugar y se negaba a entrar. Me alisté lo más pronto que pude y salí a ver qué era lo había ocurrido. En menos de 15 minutos ya estaba entrando al lugar de los acontecimientos. Estaban dos de las servidoras de la capilla. La cabeza me daba vueltas. No sabía qué pensar. Rogaba para que no se hubieran llevado el Santísimo. Mi corazón latía fuertemente y aún más cuando el sitio donde estaba el sagrario se encontraba vacío. No fue sino después de unos segundos cuando respiré tranquilo al ver el sagrario sobre el altar. Una de las puertas laterales estaba forzada y había cierto desorden en la capilla. El aire acondicionado de la sacristía estaba sujetando la puerta forzada. Pedí la llave del sagrario y cuando abrí allí se encontraban el copón con las hostias consagradas. Respiré profundo y le di gracias a Dios. En una revisión rápida vimos que faltaban los cables, algunos micrófonos, la planta de sonido y los ventiladores. 

Ahora mismo, un día después de los acontecimientos, me entero que en la Iglesia de Cumbres de Curumo habían entrado. Allí sí llegaron a profanar al Santísimo. Esparcieron las hostias consagradas por el piso y se llevaron el compón con las hostias no sé con qué macabro propósito. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue que, en medio de todo somos “afortunados”. Me quise consolar pensando que lo perdido en nuestra capilla eran cosas materiales y que eso se recupera y caí en la cuenta de algo inaudito. Yo no tengo que agradecerle a Dios porque aquello que nos pasó es menor que lo que a otros les ocurrió o porque pudo ser peor. Me di cuenta que con facilidad nos acostumbramos a lo malo e incluso le agradecemos a Dios el que nuestras desgracias sean menores que la de otros. Me niego rotundamente a ver como normal o incluso a estar agradecido porque la cosa pudo haber sido peor de lo que fue. Eso es como si le agradeciéramos a Dios que quien secuestró a nuestro familiar solo le hizo pasar un mal momento o solo le hizo perder una cantidad de dinero, pero no le quitó la vida. Es que nadie (y menos quienes ostentan el poder) tiene derecho a secuestrar a otro. Me niego a agradecer a Dios cuando me quitan la cartera o el vehículo, pero no me matan. La cuestión es que nadie tiene porqué quitarme lo que me pertenece y lo que tanto trabajo y sacrificio me ha costado adquirir y menos aún atentar contra mi vida. No creo que Dios esté feliz porque nos ocurran cosas “no tan malas” cuando nada malo nos tendría que pasar.

He podido decir que dada la inseguridad del lugar ya la capilla estará cerrada para el culto público con lo cual se castigaría a los inocentes y no se resolvería el problema. Podríamos también maldecir y desear mal a quienes hicieron lo que hicieron con lo cual nos envenenaríamos el alma y tampoco resolvería el problema; también se puede ir a buscar a los ladrones y tomar la justicia en nuestras manos pues para nadie es un secreto que el sistema está corrompido y las autoridades no harán nada al respecto… ¿Qué hacer como cristiano? La respuesta me llegó esta misma mañana cuando el evangelio me invitaba a perdonar y orar por mis enemigos y por quienes me hacen mal. Pero además de eso no me quedaré impasible como si nada ha ocurrido; denunciaré el caso ante la comunidad y las autoridades competentes y tomaré ciertas previsiones para que no me vuelva a ocurrir lo mismo porque perdonar no significa dejarse.

Pbro. David Trujillo