A la luz del evangelio del VI domingo del tiempo ordinario quisiera ofrecer algunas reflexiones. Lo primero que llama la atención es el nivel de exigencia que demuestra Jesús en sus palabras.
Empieza aclarando que no ha venido a abolir la ley ni a los profetas, sino a darles plenitud. A continuación nos recuerda que no se puede ser cristiano impunemente. Es decir, si nuestra justicia o santidad no es mayor que aquellos que no siguen a Cristo entonces no formamos parte de su reino. Esta expresión me lleva a formular una pregunta a mis lectores: ¿En qué se nota que sigues a Cristo? Si tu vida nada tiene de diferente con la de aquel que no es creyente entonces significa que no le perteneces a Cristo.
Se nos presentan ciertos tips que sirven para que revisemos nuestro compromiso evangélico. Uno de ellos nos habla de adulterio ante lo cual Jesús declara que quien mira a una persona con deseos impuros ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Así las cosas, conviene que aclaremos que el pecado no es sentir sino “consentir”. No es un pecado el mirar o el ver. Eso es parte de nuestra condición humana. Poseemos 5 sentidos y no se peca simplemente porque se vea o se oiga…, sino cuando nos quedamos embelesados viendo lo que no se debe o escuchando lo que no conviene. Ciertamente que Jesús también hizo uso de sus sentidos corporales y no pecó por eso. De ahí que también nos hable de cortar o sacar el miembro en cuestión antes que pecar. Es decir, tener la fuerza de voluntad suficiente como para no estancarnos en aquello que nos lleve irremediablemente al pecado.
Además el tema del adulterio se presta para que escribamos solo de él un artículo largo y profundo. Por ahora solo quisiera recalcar que la persona que vive en adulterio no está excomulgada de la Iglesia; está limitada como lo están quienes cometemos pecados graves. Pero esas personas no dejan de ser hijos de Dios y por lo tanto amados por Él.
Lo cierto es que si queremos seguir a Cristo hemos de practicar la virtud de la pureza. La castidad no es exclusiva para quienes nos hemos consagrados a Dios. Todo cristiano está llamado a practicarla especialmente cuando todo gira en torno a una tergiversación de la sexualidad. Adulterio viene de la palabra adulterar que significa tergiversar o contaminar.
Otra dimensión en la que se nos invita a revisarnos es en el trato con los demás. No está bien que vivamos en una continua disputa. La idea no es simplemente “no matar”. La cuestión es que hemos de tratar a los demás como a nosotros nos gustaría ser tratados.
Nuestras relaciones interpersonales se han de fundamentar en el respeto y el amor. No podemos andar por la vida insultando, menospreciando, ofendiendo ni descalificando a los demás. Mientras vayamos con nuestro prójimo por el camino, es decir, mientras estemos en esta vida, procuremos ponernos de acuerdo. Para eso existe el diálogo y las normas de convivencias.
Por último y no menos importante está el tema de la verdad. Lo contrario es la mentira que lleva consigo una carga de malicia y engaño. Siempre se ha dicho que la mentira tiene patas cortas y es que siempre sale a la luz nuestra mentira.
Además, una mentira nos lleva a otra y cuando se crea en torno nuestro un ambiente que propicia la mentira se pierde la confianza que luego resulta casi imposible de recuperar. Dios es la verdad y nos invita a vivir en ella. Relacionada a la verdad está la sinceridad, la honradez y la recta intención. Por algo Jesús afirma que la verdad nos hará libres (Jn. 8, 32).
Pbro. David Trujillo